El papel de Paul Bowles a la hora de ensamblar los cuentos populares marroquíes con el relato moderno es digna de encomio. Nadie parece ponerse de acuerdo en delimitar con precisión la autoría de los escritores marroquíes a quienes Bowles traduce y ayuda. ¿Qué cuota de autoría hay en las traducciones en general y que decían de ello entre otros Benjamin y Borges ? La labor de Bowles, va mucho más allá de la traducción del Chukri temprano, Mrabet y Charhadi. Tenemos que la narratividad oral más imbricada en la tradición popular, adquiere el ritmo y sesgo de la literatura escrita moderna, capaz de expresarse en inglés, pero sin perder su musicalidad y ondulaciones. La mera traducción es siempre de género a género: novela –novela, poesía-poesía, y ya solo en estos supuestos hemos visto como Benjamin, Borges y otros confieren a la traducción el valor mismo de creación, cuánto más sería en este caso porque aquí se salta de un género a otro, un cuento oral no es un relato escrito moderno. Aunque fuera de toda duda está que los tres escritores no necesitan a Bowles para ser quienes son, no fue desde luego su demiurgo.
Bowles es irrigado por la profundidad de Marruecos, por su cultura popular musical y narración oral, por su creatividad artística y salientes de antropología cultural, por su mundo de representaciones e imaginario y eso lo transforma en literatura moderna, como se adscribe también al arte contemporáneo de autoría local, y ahí está su amistad con el pintor Yacoubi. Lleva la cultura popular marroquí a la orilla de la contemporaneidad, tanto en literatura, plástica (su amistad con Yacoubi) y también en el folclore musical que el mismo lo cruza de orilla.
Paul Bowles resulta irrelevante a efectos de la generación Beat que zascandileó por Tánger, a la que no perteneció; con sus otros amigos Truman Capote, Tennessee Williams y Gore Vidal tampoco se produce intercambio de nada, ni implicación artística o creativa alguna. El hace de anfitrión o guía, que no merece más interés que el chisme. Donde Bowles ostenta la influencia, el ascendiente, la fecundidad, la implicación y colaboración es en Marruecos y con marroquíes, con su cultura y creatividad.
Pareciera que como para los españoles hay un moro bueno (el saharaui) y un moro malo (el marroquí), también quedaría proyectada en Marruecos la imagen especular: un occidental bueno (Juan Goytisolo) y otro malo (Paul Bowles). Goytisolo, sobrado de españolidad y sus prejuicios, que se ha limitado a invertirlos, para conservarlos vivísimos y coleando. Goytisolo se ha hecho casi un marroquí modélico, habla el idioma y se ha integrado plenamente en la vida local, consiguiendo la aceptación plena. Pero no le conocemos contribuciones a la cultura marroquí. Goytisolo y Bowles con contramodelos. Bowles es un norteamericano muy laxo y descuidado, mientras Goytisolo sigue siendo un español rigorista. España no es lo española que a él le gustaría que fuera, sino muy deficitaria. A Bowles Estados Unidos le trae sin cuidado, ni busca ni reflexiona sobre sus raíces norteamericanas en Marruecos.
Goytisolo se transmuta aparentemente en marroquí para poder domeñar su españolismo, de lo que es un sediento irredimible. Es enterrado en Marruecos, dentro del antiguo protectorado español, igual por algo, muerto él mismo pasa a ser algo que le falta a España, y ahí está Larache para recordarlo, siempre está la falta que hay que colmar, como fue siempre la primera gran falta española: la amputación del elemento árabe.
A Paul Bowles no le importa nada su “ser americano”, tampoco va a morir a su patria, viejo y enfermo sigue en Marruecos hasta el final, pero es enterrado en Estados Unidos, no como su esposa Jane Auer; tengo para mí que con ese gesto hace gala de su verdadera condición, la de viajero acaso apátrida, y el viajero es el que definitivamente regresa, aun muerto.
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