domingo, marzo 25, 2007

Artículo publicado el 24-03-07 en La Opinión

MIGUEL ESPINOSA: UN DESCONOCIDO DE MUY ALTO RANGO
TRÍBADA, Theologiae Tractatus
De José María Lizundia Zamalloa

El término tríbada no figura en el Diccionario de la Real Academia Española ni tampoco en el Maria Moliner, al menos en el lugar que correspondería, sin embargo es admitido por el corrector ortográfico del ordenador. En cuanto al subtítulo, Theologie Tractatus, comparte palabra con el famoso Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, pero nada más en principio. Hasta que leyendo el libro se comprueba un parentesco claro con aquel filósofo, que en parte cifró las premisas del lenguaje en sus “juegos”.
Miguel Espinosa no hace otra cosa que jugar con el lenguaje, exprimirlo hasta sacar todo su jugo desenterrando infinidad de palabras confinadas muertas en el diccionario, creando neologismos o buscando los más poéticos zurcidos entre palabras.
El libro, que está editado por Siruela, dedica las 68 primeras páginas al Índice, Relación de personajes, Nombres de Damiana y Nombres de Lucía. En el índice hay una relación numérica que, inextricable, podría constituir un repertorio cabalístico, la relación de personajes (con circunstancias personales) es de la extensión del listado de socios de un casino de pueblo y Nombres de Damiana y Nombres de Lucía son sendos pliegos de injurias e insultos ordenados conforme al abecedario. Todo un monumento a la riqueza léxica del libro que así queda ya anunciada.
Tras el prólogo de Fernando Arrabal, quien dos veces asocia al autor con Cervantes, se penetra en la lectura del libro tras dejar antes atrás dos o tres dedicatorias.
Hay que decir desde el principio que este gran relato no se proyecta en el tiempo de forma lineal, en cualquiera de sus formas o técnicas, sino que se abre en círculos concéntricos por medio de una red de testimonios y referencias, en cuyos nódulos se distribuyen un sinfin de personajes.
Damiana, la boticaria es la permanentemente inculpada (bollera, tortillera, tríbada, infecta y una retahíla de expresiones similares), amada por Daniel a quien no atiende debidamente es sustituido por Lucía, la cortadora, que tampoco se libra de insultos e insidias. Estaría así formado el clásico triángulo si no fuera porque hay un vértice más, que es Juana, enamorada de Daniel, que no para de escribirle cartas en las que cede la palabra directamente a Miguel Espinosa, con toda su autoridad literaria, para que sea él quien prosiga el relato en su correspondencia con aquél. Pródigos también en comentarios y habladurías son las amistades de los protagonistas, que ilustran las andanzas de las bolleras (así las llama Miguel Espinosa en no menos de cincuenta ocasiones), cuya relación lejos de ser pacífica y circunscrita a ellas, se desparrama en relaciones con el otro sexo (Damiana) o del mismo (Lucía).
El autor, nacido en Caravaca de la Cruz (Murcia) en 1926 (murió en 1982), llama pronto la atención por su originalidad y por el cuidado, hasta la veneración, que pone en el lenguaje. Éste no se nutre de cualquier material o aparejo que limite su función a ser útil y eficaz para la obra, sino que escoge las voces más nobles y vistosas, materiales suntuosos incluso cuando se tratan de dicterios y epítetos furiosos. Hay ocasiones en las que parece que determinada asociación o fórmula léxica ha quedado malograda, pero esa aparente deficiencia es la mayoría de las veces un triste espejismo, que hay que achacarlo a la profusión de términos empleados y que el contexto o matriz (la panoplia de recursos lingüísticos almacenados admite todas las gamas y hechuras) termina asimilando perfectamente.
Sin llegar a avanzar mucho en la lectura de este libro, hube de interrumpirla para acceder a Internet, el escritor, uno grande pero aún casi ignoto, merecía ser mejor conocido que por lo que de él ofrecía la breve biografía de la contraportada. Había que saber más del que era capaz de escribir de aquella manera tan lustrosa y con tantas fulguraciones en la misma frontera que casa poesía con filosofía o la forma con el pensamiento. Hay líneas en el libro que son poesía, poesía reiterada y párrafos y páginas en las que el pensamiento explora todo lo concerniente a determinadas relaciones humanas complejas e insatisfactorias en un mundo dominado por celos, resquemores y deseos nunca colmados, a lo que hay que añadir insidias, murmuraciones, habladurías y comentarios plasmados en una sucesión de diarios, cartas y relatos. El desorden de los afectos que muestran los protagonistas se convierte en orden de la mano de la reflexión y la palabra: la reflexión y el pensamiento llegan justo hasta donde el léxico ya no puede seguirlos y la palabra hasta que, con múltiples juegos, ha culminado una portentosa muestra de torsiones y escorzos.
Llegados a este punto debe comparecer de nuevo Wittgenstein, quien estableció aquel apotegma de que de lo que no se puede hablar (señalando los límites del lenguaje) hay que callar.
Miguel Espinosa desoye esta recomendación ya que constantemente bordea el vacío donde las palabras pierden toda referencia simbólica y representativa y el significante ejecuta diversos bucles sobre un significado que ya no da más de sí. El escritor está empeñado en penetrar en los agujeros negros de la personalidad humana y de las relaciones intersubjetivas. Para ello se ayuda de la filosofía en la ida y de la poesía a la vuelta. O como él repite, busca el “concepto” a costa de la “representación” pero le sirve y basta la “visión”.
El flujo de ideas, emociones, pulsiones… que invaden una conciencia discontinua y fluctuante solamente puede ser reconducida a una literatura tratada con la exquisita dedicación de un relojero que coordinara todos los mecanismos y rotaciones con el máximo esmero. Espinosa era incansable en la reescritura de sus textos y tardaba años en concluirlos. La forma alambicada, ampulosa o excesiva a veces de su escritura pudiera infundir la sospecha de que ello fuera consecuencia de una dedicación profesional que exigiera la precisión y minuciosidad de los informes técnicos complejos o desarrollos argumentales exhaustivos, propios de profesiones de gran relevancia. Pienso en Juan Benet y Álvaro Mutis que delatan profesiones y biografías.
Miguel Espinosa a pesar de su empaque y estilo virtuoso fue un empresario y asesor jurídico sin vocación ni suerte, que malvivió la mayor parte de su vida.
Hoy la Universidad de Murcia y aquella región se están encargando de hacer justicia a este escritor, tenido ya por uno de los grandes.

Publicado el sábado, 24 de marzo de 2007, en 2. C= Revista semanal de Ciencia y Cultura del diario La Opinión