jueves, marzo 11, 2010

Artículo publicado hoy en Diario de Avisos


GÁRZÓN Y EL SECTARISMO
El sistema de garantías sobre el que está edificado nuestro estado democrático, la confianza en las instituciones y la igualdad real de todos los ciudadanos ante la ley (Garzón incluido) hubieran bastado, en cualquier país europeo, para dejar a cada poder actuar conforme a lo legalmente previsto. En la certeza de que los diferentes escalones procesales conjurarían cualquier eventual contaminación que afectase a la realización de la justicia.
De determinarse algún tipo de responsabilidad penal en el ejercicio de la función jurisdiccional por el juez Garzón, sería porque así lo habrían establecido los tribunales que lo juzguen. Como esto es imposible de rebatir, la hinchada arremolinada en torno a Garzón trata de deslegitimar el derecho constitucional a la tutela judicial efectiva de las acusaciones y el de la igualdad ante la ley, arrojando con ponzoña los peores baldones contra abogados, asociaciones e incluso magistrados designados que en absoluto estarían legitimados para hacer uso de sus derechos constitucionales.
La ideologización de este avatar judicial debe situarse exactamente dentro de las coordenadas históricas, políticas e ideológicas de la izquierda española, reverdecidas por el socialismo en el poder y su política revisionista de la historia de España de acuerdo con el cainismo y sectarismo, apenas camuflado de humanitarismo repentino, con que entonces se desarrolló.
No es que nos hagan regresar al franquismo todos estos progresistas del mejor derecho, esta aristocracia moral siempre empeñada en la pedagogía gratuita, que se ha movilizado en la defensa preventiva de Garzón por medio de todo el guirigay de proclamas y adhesiones, sino que nos retrotraen directamente al oscurantismo medieval en el que estaban vigentes los privilegios procesales y la limpieza de sangre: las genealogías puras y las estirpes legítimas. Era cuando el derecho y la justicia dependían de la calidad de las personas, que es en lo que ahora mismo estamos. Evidentemente, abogados y asociaciones y magistrados biografiados con esmero carecen de toda legitimidad moral y legal, dado el estigma falangista y franquista –es decir, de estirpe impura-, para el disfrute de derechos u osar situarse al ras procesal de Garzón. El relativismo de la izquierda con la libertad se conocía, pero con la igualdad… A esa izquierda le resulta escandaloso que gente de tal calaña pueda intervenir y eventualmente alterar el linde que separa a la justicia solar que encarna Garzón de la ignominia de falangistas, franquistas, derecha extrema o tibios que osen emerger, aunque sea para acudir a los tribunales, desde el subsuelo de su lugar asignado.
Únicamente una izquierda que apuesta en cada telediario por la fotogenia y el estilismo, carente de toda representación de futuro, puede consagrarse a la espeleología por las simas de sus fantasmas y resabios más sombríos en busca de los nutrientes que en ningún otro lugar parece encontrar. Cuando todo ese mundo de sombras, ocultamientos, fantasmas y arteras manipulaciones -¡cómo será, que han sepultado hasta la tradición de izquierda más original y numerosa: el anarquismo de la CNT y la FAI (además del POUM)!- de la memoria histórica se desvanecía por su ofensivo sectarismo y la utilización política de la historia de todos, irrumpió el dios solar de la justicia universal para ocuparse personalmente de Franco y adláteres. Pero los rugidos y las ovaciones han dado paso ahora al desconsuelo.
Adiós otra vez a la tragicomedia de la resurrección de Franco y el antifranquismo a cargo de la izquierda más sectaria, empecinada en ejercer de lo que parece mejor se le da: de tribunal moral de la historia, aunque un tanto a destiempo y sin ningún rubor, pero con mucho encono tan solo si se trata de españoles. Con el resto del mundo, suaves como la seda y cómicamente reverenciales.
No está de más recordar que de la vieja izquierda de la época del franquismo hubo una que evolucionó (la más inquieta) y otra que no. A la primera, afecta al espíritu crítico, le hizo mella los acontecimientos históricos vividos, las nuevas ideas y reflexiones abiertas, obviamente revisaron su pasado, pero no contra nadie, si acaso contra ellos mismos, como autocrítica.
Como se podía leer en un célebre blog infestado de antiguos izquierdistas, todos habían oído hablar de los asesinatos de curas, novicias y monjas en la II República, pero como quien lo recordaba era Fuerza Nueva, instintivamente no lo escuchaban. Todos también sabían algo de Paracuellos (nuestra Sebrenica) pero como quien lo invocaba era la extrema derecha preferían no oírlo. De igual forma todos tenían noticia de checas, asaltos a cárceles, milicianos, tribunales populares, cunetas y paseos registrados en el debe de la República histórica, pero el odio a Franco impedía cualquier reconocimiento de los hechos.
Gracias a la izquierda de aluvión que ostenta el poder, capaz de amalgamar la política de pasarela fashion y el viejo espíritu de jornalero y miliciano, en el que ha terminado por atornillarse para no ser barrida por su propia banalidad, con su ajuste de cuentas de la memoria histórica hemos podido descubrir por fin la realidad de la II República, sin la sombra de Franco que la tapaba ni la propaganda maniquea que la enaltecía hasta el disparate. No hay duda de que el tiro les ha salido por la culata. La reflexión sobre la república ya está haciéndose, pero ahora falta algo que teníamos pendiente y que es la de la izquierda española. Sin pensamiento político propio alguno fue fácil presa del estalinismo y el izquierdismo revolucionario que llegó a contaminar seriamente al socialismo, una izquierda revolucionaria capaz de alzarse en armas contra la propia República en 1934.
El sectarismo de Zapatero no es asunto circunstancial, producto sólo de su talento, sino -a ellos que les va tanto las estirpes malditas y las genealogía abominables- que arraiga en la propia tradición de la izquierda más ferozmente sectaria (y bruta) de toda Europa occidental.
Convendría ir dejando de lado las manipulaciones más groseras. A Franco no se le puede comparar con Hitler, pero muchísimo menos a la República con las víctimas de aquel o de Videla en Argentina, cómo si los judíos hubieran dispuesto alguna vez, o incluso Montoneros, de todo el aparato de estado (que si lo tuvieron Hitler y Videla) de la II República, tan generosa por cierto en el derroche de su poder, muy poco templado.
A la izquierda española con quien hay que compararla es con las homónimas más inmediatas, es decir con las izquierdas civilizadas europeas. Con la socialdemocracia alemana, austríaca, el laborismo británico, el socialismo francés y con las referencias históricas más próximas y homologables ¿por qué el Frente Popular francés, que al igual que el español ganó las elecciones en 1936, gobernó sin mancharse de sangre? ¿Qué hubiera pasado si de la guerra civil hubiera salido victorioso el frente popular? Una hipótesis siempre extrañamente omitida.
Garzón y la memoria histórica simbolizan a la izquierda española en sus dos grandes pilares maestros, de ahí tanta su efusión: el mesianismo y el sectarismo. Una izquierda no menos terrible que la derecha española, aunque mucho más desconocida.

martes, marzo 09, 2010

El artículo de Eguiar Lizundia en DA

Felicitando a mi amiga Elena en su feliz cumpleaños, me ha comentado que no se podía acceder al artículo de E. L., pues aquí va. Nada de eso pasaría si se comprara el periódico.
Europa: entre la hipocresía y la ingenuidad

La noticia aparecida hace unos días en el diario El País puede ser de todo menos sorprendente. Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Noruega tienen previsto pedir a Estados Unidos la retirada de su arsenal nuclear en Europa en el marco de las reuniones de la OTAN previas a la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación que se celebrará en mayo en Nueva York. Aparentemente, estos países consideran que acoger bombas norteamericanas en su suelo les deslegitima para pedir a otros Estados el abandono de sus pretensiones nucleares. En la actual coyuntura geopolítica mundial, estiman, “ya es hora de adaptar la política nuclear a las nuevas circunstancias”. Parece ser que terminada la guerra fría, los líderes de estas naciones europeas no ven la necesidad de contar con una capacidad de deterrence en el Viejo Continente. Es más, tienen la convicción de que la permanencia de estos arsenales es altamente contraproducente en el mundo hoy.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. El pacifismo europeo pos-caída del Muro de Berlín no necesita aclaración. A pesar de la constante participación de potencias europeas en la práctica totalidad de las operaciones bélicas llevadas a cabo desde entonces en el mundo –ya sea a través del envió directo de tropas, el apoyo político o la puesta a disposición de recursos financieros o logísticos-, Europa sigue empeñada en recalcar la necesidad de una solución pacífica y negociada para todos los conflictos. Como señaló Robert Kagan en una de sus obras más influyentes, los europeos ya hemos hecho el tránsito hacia el mundo pos kantiano de la paz perpetua. Da lo mismo que hablemos de casos flagrantes de limpieza étnica, enquistadas guerras civiles o simples y llanos genocidios. La guerra es mala y nunca debe ser la respuesta. Al fin y al cabo, si Europa fue capaz de superar el secular antagonismo franco-germánico y reconciliarse sobre las cenizas de la II Guerra Mundial, ¿por qué el resto del mundo no puede hacer lo mismo?
Por esto, la noticia recogida en el primer párrafo no merecería más comentario de no ser por su coincidencia con otra que aparece a continuación: Francia y Alemania, el auto declarado corazón de la Unión Europea, manifiestan su “seria preocupación” por la continuación del plan atómico iraní que revela el último informe de la OEIA. Los respectivos gobiernos de estos dos países exigen ¨sanciones” y “determinación”. Sin duda, ambos coinciden en que un Irán en posesión de armas nucleares constituiría una seria amenaza para la paz y seguridad mundiales y reconocen la necesidad de que la comunidad internacional tome cartas en el asunto. Obviamente y a renglón seguido, tanto franceses como alemanes rechazaron una intervención militar de plano. ¿Cómo proceder entonces para hacer frente al desafío iraní en vista de que las medidas sancionadoras hace largo tiempo puestas en práctica no parecen modificar un ápice la presumible voluntad de la república islámica de continuar con su programa nuclear?
Descartada de antemano la alternativa militar -que podría ser ruinosa desde todo punto de vista- y manteniendo el escepticismo que el conocimiento de la efectividad histórica de las sanciones dicta, pocos recursos quedan al alcance de las potencias occidentales, incluso contando con la colaboración de Rusia, China y la ONU. A la espera de que un cambio interno en el país ponga fin a las pretensiones nucleares iraníes -y a poder ser al régimen que las patrocina también-, la solución más racional pasa por prepararse para un Irán atómico. En este escenario, la historia de la guerra fría muestra como la única forma de garantizar la paz y seguridad globales en un mundo plagado de poderes nucleares es la disuasión. De hecho, y como subraya el teórico que más ha estudiado el largo conflicto entre Este y Oeste, John Gaddis, el desarrollo de la bomba atómica a mediados de siglo pasado ha evitado, paradójicamente, el estallido de nuevas guerras totales entre los actores dominantes del sistema internacional. No hay motivos para creer que Europa no hubiera sido un campo de batalla por tercera vez de no haber mediado el poder disuasorio de la más denostada bomba.
Evidentemente, no es fácil negar a alguien el derecho a tener lo que uno tiene. Pero de ahí a creer que la mera renuncia a lo que uno posee va a calmar las ansias ajenas, va un trecho. Irán no va abandonar su programa nuclear por más que Europa se deshaga de los arsenales norteamericanos en su territorio. El régimen ayatolá busca afianzar su posición internacional, legitimarse internamente y en última instancia tener la capacidad destructiva que otorga el desarrollo de capacidades atómicas. Con suerte, parece pensar una mayoría de líderes europeos, los misiles iraníes nunca apuntarán a Europa; son Israel y Estados Unidos los tradicionales objetivos de las invectivas de Ahmadineyad. Tal vez. Pero Europa debería repensar dos veces su estrategia defensiva en el presente siglo antes de retirar armamento nuclear del continente y considerar al totalitario Irán y a la cada vez más autoritaria Rusia -no lo olvidemos- compañeros entusiastas en el viaje hacia la paz perpetua.

Eguiar Lizundia
Washington, 19 de febrero de 2010

viernes, marzo 05, 2010

Artículo publicado hoy en Diario de Avisos de Eguiar Lizundia



Europa: entre la hipocresía y la ingenuidad, de Eguiar Lizundia


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