miércoles, febrero 03, 2010

Artículo publicado´hoy en DIARIO DE AVISOS


EL NACIONALISMO CULTURAL

El enlace que tenía puesto era al periódico, luego cada día sale el número de ese día, así que he quitado el enlace y he colgado el artículo.

Resulta sencillamente imposible establecer cualquier eventual relación entre las llamadas señas de identidad canarias y la futura policía de nuestra comunidad. La policía autónoma no tiene nada que ver con el “ser” o la particularidad canaria, pero sí todo con las estructuras y símbolos de poder.
El nacionalismo político, llegado a un punto, puede operar absolutamente desconectado de la supuesta realidad que servía de excusa para su aparición, por haberse restablecido la identidad presuntamente arrinconada y perseguida, y en cambio mucho más conectado a las derivas lucrativas de ese mismo nacionalismo. Pero hay un nacionalismo siempre olvidado, que es el nacionalismo cultural. Como es el vasco el que mejor conozco, principiaré por él. El vascuence es un idioma preindoeuropeo “isla” (sin parentescos) que aún lo habla menos del 30% de la población. Se trata, como se comprenderá, de un factor étnico con mucha fuerza.
Begoña M. es una filóloga vasca, sus padres apenas sabían hablar castellano y ya en tiempos del franquismo sintió el compromiso con el idioma. Pero nunca fue nacionalista. H. A. es el editor más importante del País Vasco, y es el autor del libro más vendido en euskera, un intelectual amante del idioma y de la cultura vasca y al igual que Begoña jamás fue abertzale ni nacionalista. La parte del norte de España donde se concentran las esencias vascas más marcadas es el Pirineo navarro occidental y, dentro de él, probablemente el Valle del Baztán. Allí históricamente se vota a Unión del Pueblo Navarro, es decir a la derecha tradicionalista española. En el país vasco francés a los vecinos guipuzcoanos y navarros, con los que durante siglos han hecho contrabando, se han casado entre ellos y han compartido fiestas y demás acontecimientos se les llama españoles. Aún podríamos seguir con el recuento de hechos similares un buen rato.
Todos estos casos prueban que el nacionalismo cultural existe, que la pervivencia de lo más propio y su amor a ello son independientes de las formulaciones políticas. Vemos como las relaciones de los valores étnicos y culturales no pueden acotarse a una sola formulación política. Es más, ni siquiera precisan de ninguna fuerza política específica. En países con lenguas minoritarias siempre se ha dado el activismo cultural o lingüístico, al margen absolutamente de la política. Los países y las culturas están muy por encima de los voluntarios que una mañana urden salvarlos, sin necesidad de detenernos en otros móviles más prosaicos y tal vez mucho más reales.
A Johann Gottfried Herder se le considera el padre del nacionalismo político, ocultando al filósofo idealista Fichte, Göerres y otros pocos que en cambio tuvieron más responsabilidad en su aparición, como en general lo tendrían los románticos en su difusión.
Herder nacido en 1774 en Prusia, de formación ilustrada, se llegó a enfrentar a los valores universalistas y abstractos de la Revolución francesa reivindicando el espíritu del pueblo de cada lugar o Volksgeist o Volksseele. Cada pueblo tiene su propia expresión: la creatividad que coagula en una manera propia y única de entender la vida, el arte, el mundo, la historia y cualquier otra manifestación humana de índole siempre colectiva. El hombre no se integra en grandes estructuras de pensamiento o sentimiento externas a él, sino que con su hacer o idear ya está creando algo único que es ese resultado irrepetible. El hombre evidentemente es el que forma parte del pueblo. Decía Herder que las canciones populares no estaban ahí esperando que alguno las descubriera, sino que sólo después de que alguien se decidiera a cantarlas es cuando cobraban existencia y realidad. Herder rehabilitó el valor de las sagas y las mitologías nórdicas (tan dignas como la griega), las canciones populares, las costumbres, ritos, fiestas, lenguas, arte, una particular concepción del derecho y las instituciones… que representaban una determinada forma de ser y estar en el mundo, sin que ninguna cultura fuera superior a otra, y sin que le interesara lo más mínimo que todas esas manifestaciones o el propio “ser” del pueblo quedaran encerrados en rígidos corsés políticos. Jamás se refirió a esa posibilidad, a pesar de que es impensable mejor situación para poder hacerlo, ya que entonces Alemania estaba fragmentada en innumerables territorios soberanos sometidos a las más variadas instituciones políticas. Es por todo esto que el padre del nacionalismo en realidad lo fuera del nacionalismo cultural, como lo ha demostrado Isaiah Berlin todas las veces que ha escrito sobre él. Algo de lo que nuestros nacionalismos políticos, que no culturales, no quieren ni oír hablar
Pero la recurrencia actual de Herder proviene más de su condición de avalista del pluralismo político, e incluso del policulturalismo, que de sus juegos de los potenciales, por los que “Todo lo que puede ser, es; todo lo que puede llegar a ser, llegará a ser; si no hoy, entonces mañana”. Lo que obedece a un determinismo germinal que toma como parangón a la botánica, a la semilla que hará crecer la flor de manera ineluctable. Herder siguió las pautas de los ilustrados del XVIII por las que las ciencias naturales pretendían colonizar a las ciencias sociales, que el progreso científico pronto pondría fin, con lo que se llevó también las bases herderianas del nacionalismo cultural.
No nos costaría mucho definir e incluso clasificar todos los elementos que constituyen las ya devaluadas , si no olvidadas, señas de identidad (no están de moda en ningún sitio y quizá ello se deba a que ya más resulta imposible recuperarlas, si es que alguna vez se perdieron), lo mismo sea el folclore que la gastronomía, una manera de habla y expresión características, formas de vida peculiares, fiestas, relación con el paisaje o la vivienda, costumbres más propias… comprobaríamos que ninguno de estos elementos resultaría mínimamente alterado por la falta del nacionalismo político, hecho que sería absolutamente irrelevante. Y la prueba es que todo lo que se podía recuperar, rehabilitar, oficializar ya está hecho y si no se hace más es porque la sociedad ya ha sido alimentada con todas las dosis de singularidad cultural y regional que es capaz de asimilar y deglutir. No cabe vivir en el folclore, ni saciarse en el imaginario. Hay que respirar.
Al nacionalismo canario no lo activó ningún grupo nacionalista preexistente e influyente, sino el espíritu de la Transición que encumbró al limbo de la beatitud y excelencia al conjunto de causas regionales. Un “despertar” de la conciencia nacional (el verbo sagrado del nacionalismo) por control remoto. Un efecto contagio vasco catalán generalizado en torno al nuevo paradigma: el coto privado (y, como corresponde, la caza, claro).
El nacionalismo político no pude cejar nunca en sus reivindicaciones, como deje de dar pedales se cae, de ahí que los nacionalismos políticos, siempre insaciables –algo ya más que estudiado- vayan elevando sus objetivos: deben seguir pedaleando. Policías, soberanías, independencias, ciencia ficción, fantasías. Pero en el fondo: intereses, privilegios, oportunidades, ventajas. De los relatos nacionalistas periféricos de finales del S XIX se ha pasado a la pura y dura contabilidad.
Esta dirección es la del periódico, una vez sale la portada hay que darle a OPINIÓN, ahí se encuentra el artículo.