jueves, mayo 07, 2020

Billy el Niño, dramaturgia rococó y urgente estética

He leído a la marginalidad de izquierda, los políticos sin riesgo pero mucho beneficio, desgarrarse porque hubiera muerto Billy el Niño sin  ajusticiarlo: ¡quietarle placas y pluses!, la lucha final ¿pero quienes son estos, qué piensan del futuro?
Sube XY y me comenta como está la radio  con Billy el Niño. Esto de no parar, aprovechar cualquier cosa, ese desfase y ansiedad. Pobre Freud, pobres nosotros,  en su Malestar en la Cultura habla de otras cosas. 
Había agotado todas las prórrogas, tenía 28 años y hacía la mili en Sevilla, Alberto O. S. era más joven y estábamos juntos, y fue cuando conocimos en el bar Laredo a dos jovencísimas y primorosas canarias.
XY sabe la historia de Alberto porque se la contó, fuimos muy amigos, pero la tengo que evocar para refugiarnos de tanta dramaturgia, afectación, falsedad, tenemos que crear las máximas distancias  y protegernos de tanta locura.
Alberto entonces militaba en Euskadiko Ezkerra, pero antes hubo un  secuestro seguido de asesinato en el que  estuvieron implicados amigos de él (su cuadrilla vasca)-
Vivía en un caserío en un pueblo al lado de Galdakao. Le despiertan de madrugada los cañones de los fusiles  de la Guardia Civil y los gritos “te vamos a  matar, hijo de puta”. A golpes le meten en un coche y en lugar de dirigirse hacia Bilbao, se dirigen hacia el lado opuesto: Vitoria. Alberto, muerto de miedo, grita “esta no es la carretera de Bilbao”. ¿Se olía algo?  Se salen de la carretera general y cogen una pista forestal. Le suben a un alto y le sacan, simulan y juegan a ejecutarle, de madrugada en el monte. Finalmente  le llevan a Bilbao al cuartel de la Guardia civil de La Salve, casi enfrente ahora  del Guggenheim. Allí estaba entonces  el capitán Hidalgo que se había hecho muy  famoso en Gernika, más palizas. Y esta parte  me la contó mil veces, porque se partía de risa contándolo –que curioso verdad ¿eh?. El ser humano ¡qué variedad y diferencias!- y yo le pedía que la contara. Nos llamábamos gudari, el uno al otro, y así nos conocían en el cuartel.
-Gudari, no sabes las hostias que me daba el hijo puta de Hidalgo con el listín en la cabeza ¡el listín de Vizcaya!- Encontraba grotesca esa forma de forzar la confesión, le saltaba las lágrimas de los ojos, Se partía de risa, igual que esos señoritos enriquecido en el poder, o esa cuarta  fila socialista de desechos. Se quedó en Sevilla porque la policía le seguía molestando.
Nunca le he oído a Teo Uriarte contar sus interrogatorios, uno, con Mario Onaindia, de los condenados a dos penas de muerte en el juico de Burgos. Hace poco ha muerto un ex preso político trotskista que vivía todavía incurso en las torturas  de Billy el Niño, una vida plena, profunda, abierta, sin asomo de vergüenza-
alguna cosa buena tienen (o tuvieron) los vascos, le suelen echar cara a la vida y van en serio: les prefiero: nunca se puede perder la estética.   



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