martes, mayo 05, 2020

Mi (contenida) aversión a la cultura

Que se superpusiera al pandemonium el día del libro, fue algo duro y lacerante,  qué profusión y hostigamiento, parecían monjes medievales expandiendo el credo cristiano, como si te conviniera leer por tu propio bien. A mí me escribió Clarita desde Colombia para un juego sobre libros, ni lo abrí, luego de Agadir haciéndose eco de Clarita y  la historieta, contesté que no me apetecía. Pero aún así pensé en que libros hubiera podido yo señalar y solo se me ocurrieron tres: Pedro Páramo, El Extranjero y Crimen y Castigo (lo leí de adolescente y me descubrió el alma humana para siempre), de vez en cuando trato de recordar por ver si me sale un cuarto libro y no me ha salido. Autores sí me salen, incluso muchos, pero lo que es libros, no. Luego no pueden ser tan importantes.
A una edad fronteriza entre la neurosis obsesiva alta camino de la baja más soportable me reproché no vivir de forma arrebatada la poesía ni la música clásica, cuando tenía la certeza (me imaginaba) que me sobraban aptitudes para succionarlas con fruición. O sea, era el ideal, el perfeccionamiento: espiritualidad de gasolinera.
La poesía  implicaba volver más a mí, cuando ya lo estaba  pero harto, mi interior no iba por el tocarme las cejas con las pestañas para contemplarme el alma, la intimidad lacónica, la experiencia  reconductible a degustación de la propia  carne de gallina, sino lejos de todas esas elevaciones en sima,  iba mucho más por los tornados del ello freudiano y los nidos de ametralladora del superyó lacaniano, son dos inventos muy distintos, en uno se escucha crujir las pisadas  y se huelen los tipos de  flores y hierbas, y no faltan los insectos, y en el otro los cuerpos se descomponen en trozos chamuscados. ¿Explicaría esto mi distancia  de la poesía? Bueno, no del todo.  Poesía he podido leer –en mi mili de fichado y enchufado dado que hice en unos meses todas las guardias posibles,  me recompensaron como bibliotecario-  y la leía absorto y enamorado, pero música clásica solo (tres pinceladas más, pero de acuarela) la obertura de Tanhäuser de Wagner. Corresponde a mi paso por el colegio (uno de ellos) en Bilbao y se cantaba en mayo,  con letra hórrida y posconciliar. Años después descubrí el original, ya toda una orquesta  y casi me daba por llorar, me salían lágrimas. Y se acabó. De folclórica, nada
Me di cuenta que era dantesco, alienante la vida viviendo intensamente la cultura (ese alcoholismo sin gracia ni alcohol) como hace tanta gente que conozco yo. Por una  vez comprobé que la cultura era una forma muy estulta (y ciega) de no vivir. Me vi adulto y con suficiente  personalidad. A la cultura se la anula con frivolidad, que es donde el pensamiento coge forma y la vida dimensión real. Yo cuando leía Babelia iba directo a Antonio Muñoz Molina, el triste que no ha superado su propio desclasamiento y se compunge por haber dejado de ser pobre y traicionado a su familia. Todo el santo día de concierto a exposición, de exposición a presentación de libro, y hasta cine,  bueno, iba en bici y caminaba, y cuando lo hacía era para identificar estilos artísticos aunque fuera noche cerrada y lloviese a cántaros. Un enfermo.


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