Hasta que ibas descubriendo que los zanpantzar navarros, tan ancestrales, también estaban en León y por media Europa como las mascaradas suletinas. Descubrí con asombro como una danza tan vasca como el poste con cintas de colores que van entrelazando los bailarines, también figuraba en el Hierro igual, o el chistu y tamboril en todas partes. Si leías antropología o etnografía era peor, todo eran pequeñas variaciones de lo mismo. El hombre primitivo tuvo una panoplia de recursos similares para desarrollarse. Hace ya décadas descubrí que cuanto más te adentrabas en lo arcaico y naciente, en lugar de encontrar singularidades más acusadas, lo que encontrabas era lo más común y primitivo. No hubo gran riqueza de primitivismo como si hubo de barrocos o del arte islámico, sino tosquedad, insalubridad, hambre, opresión, violencia, brutalidad, dolor, extrema vulnerabilidad, supersticiones, magia y arbitrariedad, en todas y cada una de las sociedades primitivas. Es por eso que el hombre evolucionara y fuera humanizándose a medida que se desprendía de un reino animal contiguo. Fueron “pueblos indígenas” del Creciente Fértil, Asia y África los que decidieron dejar de serlo, progresar, humanizarse, crear civilizaciones.
Washington DC ya en plena cultura de la cancelación y el progresismo woke, del macartismo de izquierdas y sus hogueras purificadoras: Me Too y Black Lives Matter, persigue ahora limpiar el pasado y la historia: tunearlos. Esa capital ha suprimido el día de Colón reemplazado por el día de los “pueblos indígenas”. El indigenismo azteca se ha erigido en referente mundial de canibalismo, esclavismo y sacrificios humanos con sangre torrencial. Los pueblos indígenas de Norteamérica en el SXVII están en torno al neolítico. Es posible que sin el europeo exterminador su vida no hubiera sido muy bucólica-pastoril, aunque sí muy pura; para nosotros hoy: una gran oferta turística.
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