El Santo Oficio instruyó varios miles de expedientes hasta 1800, con una salvedad, no tenía fuero sobre los indios de los virreinatos americanos. Mucho más industriosos fueron calvinistas y luteranos, de rigorismo más afilado e ígneo. Las herejías y brujería como aquellas brujas de Zugarramurdi y los procesos de Logroño, desataban el furor de la inquisición, pero no quedaban descuidados los hechizos, los asuntos sexuales reñidos con la moral eclesiástica y el conjunto de debilidades que ponían en evidencia el desvío de la virtud. Los autos de fe con su ceremonial publico era el momento de la retractación y humillación, que Stalin adoptó como un alumno preclaro y ansioso. Había disuasorios motivos para marcar el paso, respirar al unísono, secundar los clamores generales, no desentonar o solo lo justo. Y hacer todos los esfuerzos de contención e inhibición ante cualquier deseo o impulso de disentir o protestar.
Hasta que por fin fue posible la libertad de conciencia, el
pensamiento propio, la capacidad crítica, el indoblegable raciocinio individual,
el recto criterio de cada cual, pero que la vacuidad de lo políticamente
correcto viene arrasando, a través de un
nuevo régimen inquisitorial que aunque difuso, está básicamente interiorizado,
también legislado. No hay humorista, cantante, artista, escritor que no
reconozca que hoy serían imposibles películas, guiones, letras, tesis
doctorales u opiniones, inocuas hace solo unos años. En España con más
virulencia, por el escandaloso analfabetismo e inmoralidad de políticos
autómatas de burocracias. Paralizados
ante la economía, la pandemia, el hambre y el avance de la ruina, resucitan
enemigos fantasmagóricos, erigen en futuro apremiante lo que ya es prehistoria,
las analfabetas sin biografía ni CV idean una mujer nueva suplantando e ignorando
a millones de mujeres inteligentes (con
experiencia de vida: no marginales), pero sobre todo, han encontrado a los
judíos, al chivo expiatorio para tiempos de desconcierto. Los que dejaron morir
a Franco en la cama, y que ahora le ajustan cuentas necesitaban un maligno, actualizada
su función histórica, que concitara odio cierto, visceral, concreto. Y VOX ha
logrado encarnarlo sin que hayan existido precedentes, ni lo fue ETA, el GRAPO
o la familia Podemos. Se le imputa
sentimiento, naturaleza, estigma de odio, es decir cualidades profundas del
propio ser (serían fascistas ontológicos), no accidentales líneas políticas
susceptibles de crítica racional. A alguien que no cesa de proclamarse constitucionalista,
observar la ley y el marco de convivencia
y es asazmente perseguido y agredido en
la calles, por elementales fascistas de
verdad. La unánime turbamulta mental se
emborracha de extrema derecha y fascismo, sin saber qué son, este autor lo
supo, poco, pero suficiente para poder reírse.
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