Debió ser abogada laboralista la ministra pasarela Yolanda
Díaz, y más tarde de esos injertos burocráticos izquierdistas que buscan
felices y prósperos acomodos en la Administración y encarrilar así con
acatamientos sostenidos la profesión política. Se dice, en el rebote del empleo
tras la caída incomparable en la sima del desempleo, único y reactivo sentido
de marcha plausible, que es una ministra valorada. No sabemos de ninguna de sus
medidas, si un NEP soviético, una zafra cubana, un socialismo siglo XXI chavista o intentar subir el SMI, con
sus efectos colaterales de subidas como geiseres en red, que aunque
trenzadas, la laboralista jamás relacionaría. Siempre de tiro fijo: pancarta y
megáfono. Amigo/enemigo
Al proceder del mundo sindical posee un patrimonio de ideas
troqueladas y ceñidas al aumento
salarial, con inteligencia de equipo de rugby, virtud de pureza y
testimonio, y un sentido de justicia
incremental, apenas acumulativa, bastante residual y por eso, necesariamente
periódica. No he visto que nadie haya destacado en la ministra glamurosa
esa linealidad biográfica de mentalidad
tubo de ideas simples y entonación salmodica,
pero cinceladas en granito que
como abogada sindical solo puede concebir: un gran convenio
colectivo o como si lo fuera, de
subidas. En un mundo cerrado de subidas celestiales, ángeles y demonios.
Increíblemente dogmático, bellamente mitológico, de mitos morales: Marduk
contra Tiamat, San Jorge contra el Dragón, la gente (antes obreros) contra la
casta (antes empresarios). Esta mentalidad de convenio colectivo actúa como eje
del mundo: convenio colectivo como tabla
sagrada de las grandes factorías estatales subvencionadas de cuando las
revoluciones industriales. Comunistas a piñón fijo.
Yolanda Díaz destaca en cambio no por obrerista, de estética
despreocupada y severidad de concienciada que sería lo natural en ella, sino
por su glamur, sus cortes de modistas y
firmas, aunque cada vez más exigente en sus peinados, el impacto de la imagen,
el aura encendido con la desenvoltura de quien vive encantada y solo puede
sonreír. Es lógico que se vuelque en las formas y ornamentación personal,
porque de contenidos anda escasa, como lo acredita que diga que el comunismo es
democracia y libertad, palabras que le
suenan bien. Sin duda faltan los análisis semióticos de la avalancha de signos
de las mujeres de izquierda: los de verdadera significación y no las boberías
que sueltan. Viendo que ese pensamiento
salió en prensa se fue arriba y se lanza a prologar el Manifiesto Comunista
(del “joven Marx”, según Althusser): por lo reproducido, mucha poesía frugal.
Entre todos los exégetas y propagandistas del Manifiesto
nadie había descubierto su “alma literaria”, hasta la ministra. Todo en ella es
forma, estética, peluquería.
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