Le escribí ayer noche y esta mañana tenía un pliego de información. Tenemos otro libro en curso.
Cuando la conocí y amistamos de inmediato, ella andaba aún algo magnetizada por el mundo académico -justo pululaba por allí una perteneciente bastante ominosa-, que traté de desactivarlo como pude. Que si era un mundo muy endogámico (en realidad casi todos lo son en alguna medida), aburrido, constreñido, lleno de caminos, canales y puertos, y compuertas como esclusas muy científicas, que o suben o bajan. Como saben mucho y son auténticos eruditos, si estás fuera te libras de métodos, pautas, objetividad, bibliotecas de reglamentos, verificaciones, y de agravios y escalafón, de envidias y navajazos de departamento. Te limitas a leerlos. Solo digo lo que me han contado siempre.
Clara -le decía- ¡el periodismo!, el criterio y la crítica, la creatividad y lo descubierto, pero también la medida, concisión, contención- que es como se las están gastando en Florida USA, de cultura remunerativa y pragmática (resultados).
Un intelectual no académico, como es Clara, se enfrenta al mundo con todos sus conocimientos, muy diversos, su experiencia de vida y mundo, intuiciones donde anidan lo singular y certero (como poco, su posibilidad), sus propensiones y espíritu libérrimamente críticos, que a nada y nadie han de someterse (con calzador), que conforman algo verdaderamente muy escaso: el pensamiento personal o propio.
Resultó que lejos de ser un colombiana argentinizada, no era ni peronista ni indigenista, ni había sucumbido a la uniformidad y acatamiento de la confortabilidad progresista. ¡Era liberal, creía en la autodeterminación personal!
Parecía de los elementos más valiosos intelectualmente de mi generación, que habían quemado las naves izquierdistas aun antes de comprobar todas sus vías de agua, que irían apareciendo a lo grande hasta dejar a todos boquiabiertos.
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