viernes, julio 16, 2021

Tánger, un no lugar literario paradigmático

Randa Jebrouni distingue entre ciudades de literatura y literatura de ciudades, un indudable esfuerzo por clarificar papeles y aminorar tópicos y estereotipos. También habla de no lugar (mosaico, escenario…), un giro de tuerca más  en la forma de pensarla; o como dirían los filósofos: tematizar Tánger, la ciudad. No es nada sencillo el vínculo de Tánger con la literatura, dado el paradigma que ha logrado imponerse, obra exclusiva de españoles. Si Tánger se limitase a ser lugar de Mohamed Chukri, Tahar Ben Jelloun, Charhadi, Mohamed Mrabet y el extranjero Paul Bowles, con la presencia del tangerino español Ángel Vázquez, no serían estos escritores suficientes, siendo los más valiosos de todos, para alzar como mito o leyenda la ciudad. Estos escritores nativos de la zona, aun siendo los de mayor relevancia (traducidos) no hubieran dado  el relieve desmesurado que se atribuye a Tánger, fruto de los españoles inventores  del Tánger literario, circunscrita por lo demás, a cuando ciudad internacional (recreada). Tánger es una marca muy patrimonializada, cerrada y exclusiva. Si de verdad fuera una ciudad literaria estaría abierta, no necesitaría promoción, sería lugar de atracción, experiencia y paso, sin una sola codificación o etiquetado para turismo literario exclusivamente español y celebraciones  conexas. A ese Tánger le sobra significante (e intención), pero no le encuentran significado objetivo.
Tánger podría definirse perfectamente por todo lo que no es literariamente. Si a Tánger se le mitifica tanto, habremos de compararla con las ciudades literarias con aura  y reverbero  mítico y no, como hacen, a modo péndulo, con la España franquista, para que así resulte Everest libertario/literario y cool.

Las capitales literarias lo son durante el tiempo de plenitud y apogeo, temporalmente limitado, -no como Tánger que la quieren plana, eterna y constantemente “auto- engendrándola”-, verdaderos centros de nacimiento y efervescencia de movimientos artísticos o literarios, de confluencia e hibridación de tendencias, de su ruptura, superación y extinción, y encuentro o profundización de destinos estéticos. Las ciudades como sedes de registros artísticos, al ser organismos vivos, transitan. Y antes de desaparecer su simbolismo, declinan. 

Pensemos solamente en el París de la primera mitad del siglo XX con el Bateau- lavoir de Montmartre, con posimpresionistas, fauvistas,  cubistas, con Cocteau, Apollinaire, el posterior desplazamiento de arte, literatura y pensamiento a Montparnasse con Picasso, André Breton y su tropa surrealista, luego al Barrio Latino con el existencialismo. Como Zurich acoge a Tristan Tzara y los dadaístas. Son redes y procesos culturales que se van desplazando y mudando por el camino, y hay grupos de conjurados ciertos con las distintas expresiones, que pretenden consolidar su estilo, el quiasma de idiolecto y sociolecto, y depurarlo.  Ahora se citan en París Modigliani, Picasso, Miró, Brancusi.    

Ese ambiente hace que se desplieguen por la ciudad en la primera guerra mundial los norteamericanos de la “Generación perdida”: Hemingway, Scott Fitzgerald, Dos Pasos y un atrabiliario Ezra Pound.  Además de -haciendo una insólita escritura cubista- Gertrude Stein. Incluso ella ha logrado su estilo y experimentación en París, sin dejar nada para Tánger.

Se han forjado escuelas, corrientes, estilos, movimientos, focos culturales, vanguardias empeñadas en la superación y aniquilación de las anteriores, una antropofagia artística. Nada de esto ocurre con el Tánger internacional, de lo que está por completo ausente.

¿Dónde y cómo podríamos meter a Tánger, ya que estamos en el selecto grupo de ciudades literarias mitificadas, pero operativas? Es imposible hacerlo.

Hagamos recuento, podemos ir a Alemania o Austria con su inabarcable apogeo habsbúrgico. En Alemania está Munich con Der Blaue Reiter, con el cabaret de los escritores y hermanos Klaus y Erika Mann; en Dessau, la Bauhaus; en Berlín la Nueva objetividad; el expresionismo  de Die Brücke en Dresde; el inglés Christopher Isherwood escribirá, participando del halo que emana, en Berlín el libro que inspira Cabaret. Allí llegan Kandinsky, Marc Chagall, Kokoschka, camino París o Viena. 

Finalizando la II Guerra Mundial, embarcan en Nueva York  de regreso a Europa  los exiliados André Breton y cofrades,  y al poco es cuando asistimos al estallido del expresionismo abstracto norteamericano,  y justo y sin salir de Nueva York encontramos  la “Generación Beat”, que viajan a San Francisco porque Ferlinghetti les suele  convocar en su librería y en Sierra Nevada de California, el arte povera en Roma, pop art británico en Londres, como el grupo de Bloomsbury, y podíamos seguir.

El lugar de la Generación Beat en absoluto es Tánger, sino Nueva York y San Francisco, los trenes que van de costa a costa con viajes interrumpidos o Méjico.  La Generación Beat, junto a otros escritores norteamericanos coetáneos acuden a Tánger de visita, despojados de toda voluntad  artística (Kunstwollen) y cualquier plan literario, y aprovechar la droga y el sexo (la consecuente banalización de Tánger, que tanto deslumbra a los españoles, impregnados, con inaudita retrospectiva, de la grisura franquista ¡aún!), pero más a Méjico, nadie escribe un poema ni una línea de allí -Allen Ginsberg, después y lejos, nombrará 4 veces “Tánger” en El Aullido-, solo Williams Burroughs se queda en Tánger para no escribir de Tánger.

No se da ningún movimiento similar, nadie es convocado  y a nadie se le espera en Tánger, nadie va a Tánger a participar de experiencias  colectivas, a aprender, colaborar, conocer, contactar, imbuirse de técnicas o estéticas determinadas, nadie piensa en Tánger como lugar de creación e irradiación de movimientos artísticos, corrientes literarias, tentativas estéticas, intenso faro cultural (que no es coincidir muchos artistas en una discoteca), ninguno cree que se esté perdiendo algo decisivo no estando allí. Tánger a estos efectos es un solar yermo, que no lo es para los nativos, y eso se nota,   sino todo lo contrario porque han captado su sustancia que de manera natural brota, no impostada. En  Tánger son los marroquíes, los que nunca han pretendido nada ajeno a su creatividad, sin localizaciones publicitarias, con el verdadero espíritu contemporáneo y actual de individualidad. No pueden sentir la más mínima necesidad de “comprometerse con Tánger”, porque sería absurdo. Uno se compromete con Su literatura, no con un producto. Menos hace urdir  historias que continuar, sobre la ciudad internacional,  a impulso realmente de ilusiones, idealizaciones, ensoñaciones de un Tánger-disney,  del que nunca han logrado capturar su sentido y ser, porque carece de  alma literaria, ni la va tener. El alma es lo contrario a  la arquitectura, lo incompatible con su construcción. Ni lo convalidado por el entretenimiento.

La ciudad del Estrecho se ha vuelto escenario, maqueta, escenografía, estudios, plano, mapa, parque de aventuras, anfiteatro de representaciones melancólicas, souvenir, estereotipo incluso una buena parte de guion literario (casi hecho, encauzado y muy bien aprovechable) que fabrica la ciudad, atrezzo de una literatura de géneros que compondría el “género Tánger”, de forma que se trata de un no lugar literario paradigmático. 

 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Felicidades José Maria por este pedazo articulo , escrito de mucha enjundia.
Akalay.

José María Lizundia Zamalloa dijo...

Viva el frente Nazarí!