sábado, julio 10, 2021

Mi artículo sobre EL Delator de Juan-Manuel García Ramos, hoy en El Día (Tenerife) y La Provincia (Las Palmas)

 De buscar un antecedente para El Delator de Juan-Manuel García Ramos habremos de evocar Soldados de Salamina de Javier Cercas sobre el fusilamiento fallido del falangista y escritor Sánchez Mazas. Tienen que ver, entre otras cosas porque versan sobre escritores y la Guerra Civil desde la misma literatura, que es sustancia y no conducto, y que puede distinguirse como novela de no ficción o autoficción. En el caso de El Delator el autor de la crónica de ficción a ratos es el propio autor del libro.

Tengo a Juan-Manuel García Ramos como un ensayista muy original y sólido de Canarias, pero del ensayo del pensamiento, como es el que se asienta en la razón crítica que trata de llegar al fondo de la cuestión, y no el ensayo de la subjetividad, intuición, belleza de las formas y arrebatos líricos.


García Ramos es catedrático pero no conozco ninguno de sus trabajos académicos. A un académico hay que suponerle mucha erudición, prolijos conocimientos de su especialidad y alguna anexa, pero lo que un académico no nos garantiza en absoluto, es poseer espíritu crítico y pensamiento personal, que es lo que tiene nuestro autor. Y osadía, que aquí vuelve a mostrar

El valor extra que para mí tiene El Delator es que me formulé exactamente los interrogantes, sobre los que se indaga en el libro. El color político de los componentes de Gaceta de Arte, si quitamos a Agustín Espinosa y Emeterio Gutiérrez Albelo, para mí era eso, básicamente color rojo tenue, sin ninguna profundidad y apenas praxis, que cuando la hubo resultó institucional, concejales de Santa Cruz de Tenerife: Pedro García Cabrera y Domingo López Torres durante un mes de sustituyente.

Westerdahl si no era apolítico lo disimulaba muy bien, ocurre que un tribuno vanguardista siempre caía del lado progresista; Domingo Pérez Minik ni conocía ni le interesaba el pensamiento de izquierda, llama materialismo dialéctico al histórico (el dialéctico era el ínsito incluso en los fenómenos naturales, pronto aparcado), e incluye en su grupo algún trotskista cuando ni el POUM lo era del todo. Era como se calificó él mismo: un humanista, también afincado en el vanguardismo, pero con horizontes más amplios e intereses más diversos y profanos. Pedro García Cabrera si era político, socialista, poeta de culto, pero, por esteticista, ilusionado con un hombre y habitat  a inventar e inaugurar, arrobado por visiones utópicas. Francisco Aguilar y Paz, a mi entender el más culto, polifónico y realista con José Arozena (el otro jurista), falangista de primera hora, tras pasar por el socialismo, y hombre destacado del Régimen, se ocupó de atemperar los problemas de la represión política recaída en sus compañeros de Gaceta de Arte con el régimen franquista. Lo hizo con Westerdahl evitando su expulsión al tener  nacionalidad sueca, por supuesto con el gran sospechoso en El Delator o el delator presunto Domingo Pérez Minik, y a Pedro García Cabrera le sacó al menos dos veces de los atolladeros procesales en los que estaba metido. Tiene razón García Ramos, yo me hice la misma pregunta: «¿por qué esa suerte tan desigual, la de Domingo López Torres en relación al resto de sus compañeros?». Realmente el fugado, secuestrador de barco y único combatiente fue Pedro García Cabrera, aunque después del alzamiento de Franco. Aun peor. Y a la conclusión que llega el autor (y llegaba yo) era el radicalismo de DLT (hay poemas de ingenieros agrónomos con ametralladoras o contra religión, patria..) y exaltación  de procesos revolucionarios —exteriores—, y punto, pero suficiente para ponerlo en el punto de mira (hubiera sido mejor) del franquismo entonces. García Ramos le califica de comunista, una diferenciación oportuna, pese a sus andanzas con los anarcosindicalistas (obreros organizados), que no eran nada teóricos pero él sí (un poeta surrealista teórico, oxímoron). Está muy bien aprovechado en el haz de sospechosos de delación, de dentro de Fyffes y fuera, y mete a Juan Rodríguez Doreste en Gando (allí hubiera sido él) y José Antonio Rial en Fyffes

Juan-Manuel García Ramos maneja muy bien el arsenal de recursos y procedimientos narrativos, como un ingeniero de caminos y no agrónomos como los de Domingo López Torres y de ánimo más decaído y resignado, un sobrino de López Torres es la fuente de la historia y las sospechas y especulaciones, cuando no es el propio autor con anécdotas y encuentros, fueron amigos todos. Es capaz de llevar la ficción tan lejos y tan cerca como para meter a Juan Cruz y su Gallo Rojo (Minik), éste frío y ajeno a la remembranza del poeta amigo asesinado. Es una lección de creatividad narrativa capaz de echar mano de lo inmediato y variar sustancialmente su significado. El autor se permite amonestar a sus propios colegas Sánchez Robayna y C. B. Morris, y con mucha razón y gracia, editores de las obras completas de Domingo López Torres, que deslizan al menos tres errores, de los que yo también fui víctima: que de Índice solo hubo un número (fueron dos), y que vivió menos años, le hacía muerto con veintiséis. Fue con casi treinta.

Me queda una duda, si es cierto o ficción que Domingo López Torres manejara un esmerado francés como para ser amigo de André Breton, mantener una relación preferente con él, y venir a ser el propiciador de la expedición surrealista a Tenerife, nunca oído.

Al final alguien ha hecho literatura de ficción, y de hecho se ha constituido en el único revisionista (y esto es de medalla) aunque sea imaginario, sobr lo que alguno puede tomarlo con la presunta profanación del buen nombre e inmaculada dignidad de los agentes de la revuelta vanguardista canaria. Sería una versión inocente y acomodada en lo sancionado. En García Ramos pareciera darse un prurito inconsciente de docencia, en una sociedad pacata y muy hecha a la discreción y corrección, al enseñar cuál es la función y el material de la ficción literaria, la mirada libre y de altura, incluso a ser tomada por insidiosa, que se agradece en esta época tan mojigata y policial.

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