De entrada el lugar de peregrinaje literario a Tánger, durante décadas, su único lugar de destino es la casa de Bowles, que no tiene
teléfono y donde sus seguidores directamente se personan, como es el Inmueble
Itesa. Ciudad donde queda cultura material, rastro literario de esa época, que
es en la Legación americana con las pertenencias de Bowles, lo que no deja de
ser significativo. Es el único lugar de culto literario, cosmopolita y
marroquí, que Bowles fundió solo. Lo español es más difícil divisar. Su chofer,
sus empleadas, sus amigos, escritores, artistas, protegidos son marroquíes, más
los amigos norteamericanos o de otras nacionalidades que van a verle. Tras la
versión cinematográfica de El cielo protector de Bertolucci las visitas se
intensifican. La música, la literatura
oral y escrita, el arte que le interesa es marroquí. En ese selecto club social
y vital lo que no hay es un solo español. Aunque habla español, que lo habla
con Chukri y Mrabet, no lo hace con españoles, simplemente porque no los trata,
con la excepción espaciosa de Emilio Sanz de Soto. Tampoco está detrás de la
cultura española, como lo está de la marroquí.
Luego no ahonda en ella. Bowles lo quieran o no, no está al alcance de españoles.
Paul Bowles es el
gran reclamo literario de Tánger, ciudad que a efectos literarios no es nada
española. Ningún español ha atraído a ningún extranjero, no ha existido un
Tánger internacional español, Goytisolo tiene de Tánger lo que tiene,
básicamente un libro. Laforet y Ángel Vázquez son de culto doméstico, de familia y pandilla, por eso las guirnaldas y cintas de la jaquetía y de antifranquismo
de garrafón bastan. Cuando el profesor y exministro tangerino israelí, Shlomo Ben Ami
decía que en su casa en Tánger su familia hablaba español estándar, no la jaquetía. Todo ello es algo inconexo con el
cosmopolitismo. El cosmopolitismo español en Tánger -ya escribimos en Tánger y
Melilla confrontadas: otros sesgos simbólicos y literarios- es un cosmopolitismo pasivo, (sin cosmopolitas, son tangerinos
melancólicos nomás desembarcados) por deducción y ambiente.
Chukri es el afín, es de los suyos, de los españoles que grapan su literatura, aprovechando las demás (los únicos que lo hacen), a Tánger, y es hispanófono que habla habitualmente el español porque lo ha mamado en los extrarradios de Tánger y Tetuán con andaluces y gitanos que abundan, por tanto no que lo sabe pero no tiene con quien hablarlo que sería el caso de Bowles. Pero sobre todo Chukri, es un adelantado en vicios cristianos -este asunto o mundo de vida, no tiene nada que ver con el islam y su actitud y posible criterio normativo que merezcan sus transgresiones-, sino más bien con los católicos españoles por clara contaminación colonial: alcohol y prostitución, la vida y relaciones de bares, con hombres y mujeres de bares, a modo de fraternidad -quizá signo distintivo-, es donde nada como pez en el agua, es un rifeño del protectorado, en caída prolongada.
Paul Bowles bebe lo justo, solo cuando toca, y lleva su sexualidad muy oculta, y menos alardea de ello. Es lo que hace alguien imbuido de la ética protestante, tan distante del catolicismo. Burroughs tuvo a Frank, Yacoubi un alemán y un escándalo, de Bowles no se sabe nada, no es como Jane (judía), ni como Chukri (in)moralmente españolizado, suscrito a vicios, más que pecados -nadie más laxo que los católicos para los pecados, para eso tienen el sacramento de la confesión que todo lo borra-, de honda raigambre hispana. La españolidad no tenía por qué remarcarse con obras literarias, sino en los mundos de la vida, y la forma compartida o inspirada de descarriarse, en lo atingente a la vida más personal, cuando se ha optado por marcos de existencia, que nunca son neutros ni asépticos, sino cálidos y acogedores..
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