Cuba tuvo serios motivos para preocuparse a raíz de la Caída del Muro de Berlín, 1989, la Perestroika y el devenir final de la URSS camino de la extinción. La URSS compraba sin límite azúcar a Cuba a precio de oro, era la forma de subsidiarla y mantener su cabeza de puente en Hispanoamérica. La economía cubana antes de la Revolución de 1959, tanto en producto interior bruto, renta per cápita como sanidad despuntaba con holgura en el subcontinente latinoamericano. La izquierda siempre ha hecho ver que los pretendidos logros cubanos arrancaban de situaciones similares a las de Haití o Guatemala, cuando en 1959 podía equiparase con Italia -la guerra mundial todavía no lejana-, y por encima de España. Se trata de un sólido antecedente de la indiscutible prosperidad de la comunidad cubana en Florida, que otras no alcanzan. El régimen comunista arrasó con la economía cubana, y como diría Antonio Escohotado, el mercado libre fue sustituido por el economato y las cartillas de racionamiento. La combinación perfecta: totalitarismo feroz y sangrante miseria, el pleno goce de los siervos más resentidos.
La supuesta racionalidad hiper simplista de la planificación comunista hizo que se impusiera el monocultivo del azúcar que antes, en una economía diversificada y competitiva, no había existido.
Pero ahora era el seguro para seguir mantenidos por la URSS. En 1970 se fijó el reto más ambicioso de cuantos concibió el comunismo caribeño: “la zafra de los 10 millones”, para lo cual hubieron de erradicar otros cultivos para obtener más tierras, logrando duplicar desastres: el ecológico y económico de pequeñas producciones casi desaparecidas. Sin alcanzar en absoluto el objetivo.
Esa misma década viendo que la escasez estaba controlada gracias a la URSS, Castro hizo un máximo esfuerzo como potencia belicista lejos de sus fronteras, libró guerras -solidarias- en Angola, Mozambique y otro países, que, como ha consignado la Historia, solo sirvió para causar muertes, desolación y ruinas, a escala paradójica/patológica: la escasez caribeña teñía de rojo-sangre la miseria africana. Todo ello, con el desplazamiento transoceánico de tropas cuando la invasión imperialista durante décadas y décadas se anunciaba inminente, por el aparato propagandístico del castrismo. La perenne distracción y movilización de masas siempre sumisas, infantiles, banderita en mano por el malecón.
Ya que hay mucha inversión turística europea, canadiense - hoteles y turismo que preguntaban: ¿Y del embargo?-, la década siguiente se promueve la industria del sexo, a cargo de las jineteras que contribuyen a la captación de divisas. ¡Patria o muerte! con magnífica facturación sexual. Una Tailandia previa del sexo para europeos, y remesas de divisas de Miami. ¿Tanta épica?: ¡un cuento!
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