Juan Manuel
García Ramos ha sostenido en parte de su obra ensayística, el concepto de
atlanticidad, de forma parangonable a la
que Braudel mantuvo de la mediterraneidad. Según el autor, la atlanticidad
supondría una suerte de cosmovisión e imaginario, un sesgo antropológico que se extendería a ambas
orillas del Atlántico, sobre un claro registro literario. Al margen de las lenguas
incluso, Naipul lo hacía en inglés.
Ahora tenemos
otra muestra de esa atlanticidad, de mayor sustento en cuanto a
cultura material, como es el reggaetón canario, que también entronca con las Antillas y el Caribe, como
es Puerto Rico, donde nace el reggaetón; Panamá, donde enraíza, y con el
antecedente del reggae de Jamaica, también en inglés. El canario Quevedo es
ahora mismo el más escuchado del mundo en Spotify; no está solo, antes
triunfaron las K-Narias; Don Patricio, Bejo, Cruz Cafuné, son otros nombres de este otro Puerto Rico
del reggaetón que es Canarias.
El reggaetón es
tan subversivo que no distingue entre sexos, no sabe que es eso de las cuotas de género, ni de manuales ministeriales de monjas iletradas y policiales; ni
clasifica las razas, a “Black Lives Matter” no se le espera, hay blancos y
negros, pero justamente si hay un predominio es el mulato, híbrido, mestizo: de
color y mente. Movimiento musical interclasista, de amplísima base popular:
contraindicados los cantautores progres de fútiles mensajes obsesivos. Mientras en las elitistas universidades
norteamericanas se ha impuesto la “cultura de la cancelación”, por la que no se
permiten libros, conferencias, profesores, clases que puedan “molestar” a los
estudiantes-niños, estas coacciones y censuras en el mundo del reggaetón son
directamente impensables. Se trata de un continente cultural en el que domina
por completo la libertad de expresión y pensamiento, y por ende vacunaría
contra el primitivismo ideológico de las burocracias políticas de progreso, por
pensar un poco en España. El conductismo
disciplinario de éstas, mediante el que
ejerce su instinto totalitario, nunca podrá domeñar los grandes activos de la
cultura del reggaetón. Este movimiento, frontalmente mestizo, híbrido y libre,
reestablece los valores desterrados por
lo políticamente correcto como son los sentimientos, emociones, pasiones,
poesía (la poesía moderna admite los quiebros y voladuras de sintaxis,
morfología y semántica, que es lo que
hacen Quevedo o Rosalía), romanticismo y
sexo libre (no gubernamental).
La última
trinchera para plantar cara a lo políticamente correcto es el reggaetón, por tratarse del gran movimiento cultural, social e internacional, en desarrollo, con contundente
fuerza ideológica.
“Me Too”, la
clericalla puritana “woke”, “Black Lives
Matter”, la “cultura de la cancelación”, la ingeniería social de
progreso-amén, son arrollados por libertarios desprejuiciados,
vitalistas-hedonistas del reggaetón.
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