De
siempre cuando le llamo a mi hermano le digo “shalom ¿dónde estás y por qué?”, y de un tiempo atrás le preguntó si en tal bar
le dicen “hola, Víctor”. A lo que me contesta que sí, "sí, me dicen hola Víctor".
Anteayer
fue a Puerto-cruz (carne-fiesta) a mirar en una librería alemana. Comió un
bocadillo y le añado “con un buen vaso de vino”, me corrige “con un café”. “Ya
lo sabía. ¿Fuiste en autostop –es algo que le pregunto siempre que se desplaza?" Me contesta, "sí y sabes lo que me ha pasado cuando me ha parado el primero, que
entro y me dice el conductor “hola Víctor”.
Quitando
el ciclismo y la natación , no me ha gustado ver ningún deporte. No he visto ni
un solo set en mi vida. Bastante antes de cumplir los 20 años vi algunos partidos
de baloncesto en TVE, a los Luyck, Robinson, Emiliano. No me interesaba lo más
mínimo, pero como podía verlos, los veía, me dejaba arrastrar, cosa que me dejó de pasar después y para siempre.
Bueno
pues ayer me vi entero el básquet EE.UU. –China. Me emocionó que todos fueran negros, con la mano en el pecho mientras
sonaba el himno americano, yo también me puse de pie –XY no-, lo hago cuando oigo el himno de mi familia y mío. No
es concebible EE.UU. sin los negros, no es comprensible, la faltaría una fibra
esencial y constitutiva, mientras los chinos desgarbados y gigantes los negros
americanos eran macizos, potencia, máquinas. Antropológicamente americanos
verticales, directos, rápidos, winners.
Mis hijos
han estado el fin de semana en NYC, mi hija daba una conferencia y ha salido para Haití y él se va este mes para
Paraguay por su nuevo trabajo, que está feliz de haber dejado el Banco Mundial, le han pedido que vaya esta
semana a Denver (Colorado) para tratar
con unos mexicans. En octubre o noviembre se va a Indonesia.
Un
compañero de trabajo se va a vivir una temporada a El Aaiún. Le ha hablado de
mí, (bien), que experto. Con el libro
que he terminado voy a ser más que experto. Ni más ni menos, sino muy distinto.
En el
nuevo trabajo son prácticamente todos norteamericanos, y me contó que tiene que
hacer una total inmersión lingüística en nortemericanismo puro de 100º. Le
pregunto, qué tal con el idioma, me dice “es terrible, llega el fin de semana y
me quedo completamente sin idioma. La semana pasada fuimos con unos amigos a un
restaurante francés –el presume también de no saber francés-, y se me ocurrió pedir
el plato pronunciándolo en francés, y no
sé qué me pasó que seguí hablando en francés un rato ante el asombro de todos,
y encima los camareros ni sabían francés”.
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