Ahora mismo cuando escribo estas líneas, mi hermano está a
punto de salir de la Estación de Abando de Bilbao en un Albia dirección
Valladolid, por lo que estamos a punto de entrar en la última fase del diario:
Castilla, la más larga. Me mandó fotos de casa y de Bilbao, pero las borré. Por lo
que no habrá documentación gráfica, pero sí de alguien que le puede muy bien
sustituir: el Dalai lama. Me refiero a la línea invariable en el vestir, que
vemos ligado a la espiritualidad o intelectualidad. Ninguno de los dos hace concesiones a las
modas, al que dirán, tendencias, marcas, colores, novedades dictados por los fabricantes. La
espiritualidad del Dalai Lama se corresponde con la intelectualidad de mi
hermano. No se gasta dinero en ropa pero es el único que
tiene estilo en el vestir, que viste exactamente como es, su envoltorio es
su interior o sustancia. No podría ni un
solo día del año pasar por alguien distinto a él, ofrecer dudas. Con los
compromisos existenciales no puede haber concesiones, que a diferencia de los
llamados ideológicos –esa superficialidad máxima y absurda- no son pura estética encima moral, un minimalismo de delirios docentes.
Hace poco hablando con alguien decía de mi hermano, que
gozaba siempre del respeto de las élites. De eso soy testigo yo, además de
todas: culturales, intelectuales y profesionales.
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