Muy pocas veces es
perceptible el fin de época y nacimiento de otra, sino cuando los signos
múltiples y cruzados lo van anunciando, y están casi escritos en el cielo. Es
algo que escapa a las previsiones o deseos personales por estar en un ambiente
traspasado de energía, y dado con empuje
aprehensible; cuando coincida con los deseos de uno ese tránsito será más intenso. Como puede haber
resistentes que sean incapaces de interpretar ese nuevo clima psicosociológico.
La Transición supuso el vertiginoso ascenso y propagación de
los movimientos antifranquistas, que finalmente se hicieron tangibles,
como también lo fue la llegada de Felipe González al poder en
1982, y como ahora se abre otra época de
similares apetitos. El paso de una dictadura a una democracia tiene un claro impulso auroral, que cierre la
noche impenetrable; el advenimiento de Felipe González abrigaba la esperanza de
una reacomodo de la democracia con su
encauzamiento definitivo. Ahora con el anhelado fin del sanchismo, los signos que emite la voluntad
mayoritaria, es la de también revocar el peor gobierno de la democracia, un
creciente despotismo impropio de una democracia que violentaba sus
instituciones, despreciando y vulnerando la división de poderes, el juego del
parlamento, la falta total de transparencia, sistemáticas ocultaciones y cultivo de chulescos hábitos de
arbitrariedad.
Hablar de derogación ante un eventual cambio de gobierno y mayoría, no es lo frecuente, porque los gobiernos a diferencia de las leyes no se derogan, simplemente se cambian. Pero este gobierno ha destacado por la anomalía de la personalidad del Doctor Sánchez desde el punto de vista psicológico, pivotando sobre ello sus decisiones muchísimo antes que por motivos reales políticos o ideológicos. Sirve para medirlo todas las veces que se le ha descrito como psicópata sin escrúpulos, narcisista, ególatra, mentiroso compulsivo, en lógica con ello, carente de toda empatía y a resaltar su total indiferencia por su imagen ante la opinión pública. Un psicópata ni entrevé al otro, pero se asusta y no sale a pie a la calle. Días atrás invitó a Wyoming (pontífice otro de moral de progreso -inmobiliario-) a darle una vuelta en el falcón. La desconsideración a las instituciones, empezando por el jefe del Estado, con gestos claros de desdén a jerarquías institucionales y divisiones funcionales son las propias del gobierno cesarista (decantado plebiscitarismo siempre, con sufragio universal) y bonapartista (autócrata, héroe resiliente como mito inicial), dos conceptos aunque parecidos distintos y que encajan perfectamente en su magna figura. Sumadas a las sociópatas marginales Irene Montero, iracunda e histérica y Pam (de orondo resentimiento); y la benignidad de Yolanda Díaz, catastrófica en psicología cognitiva (vacío de Gauss).
No hay comentarios:
Publicar un comentario