Una de las diferencias de la novela de Fernando Aramburu con el libro del cineasta Iñaki Arteta, es lógicamente la de género: ficción, frente autobiografía. O si se quiere, su historia familiar y personal le sirve de enfoque de análisis de la evolución del nacionalismo vasco y el terrorismo de ETA. Es un cineasta que lleva rodados varios documentales sobre el terrorismo de ETA y sus víctimas. Ambos, Aramburu y Arteta van al tuétano de la realidad política nacionalista vasca. Y ambos dan un protagonismo esencial, y muy merecido, al segundo actor del drama de los últimos 50 años como ha sido la sociedad vasca.
Si Aramburu vendría
hacer un corte casi sincrónico describiendo con gran emoción unos hechos
en muy poco tiempo, en que ETA tiene
gran actividad, de kale borroka, de nacionalismo del PNV dejando hacer y bajo su influjo el resto de
la sociedad vasca mirando a otro lado, Arteta narra (a fin de cuentas, narrador de imágenes) la
inoculación del sentimiento nacionalista por vía familiar. Lo sabemos muy bien
los que provenimos de ese medio. Alguien, tal vez Jon Juaristi, dijo que las
familias nacionalistas formábamos una comunidad dentro de otra comunidad y
realmente así era.
A estas alturas nadie pone en duda, que entre los redactores
o inspiradores de la Constitución estuvo ETA y que el PNV la interpretaba. La famosa disposición
adicional que instauraba unos derechos históricos al País Vasco, una legitimidad
anterior a la fuente de legitimidad común que es la Constitución, fue
determinante coacción etarra. Luego vendrá el diluvio de privilegios y
exenciones que nos retrotrae a la parcelación aduanera y jurídica del Antiguo
régimen y al retumbo carlista, que como
el Guadiana aflora tanto en el País Vasco como en Cataluña hecho volcán en los
últimos años, a modo de ADN compartido.
El ex clérigo Arzallus, hijo de carlista, ya decía que mientras unos sacudían el árbol (ETA) otros recogían las nueces (ellos). El libro de Iñaki Arteta se titula Historia de un vasco (Espasa). Es historia y como diría otro bilbaíno, Unamuno, también intrahistoria. Dos líneas onduladas que se van entrecruzando. Titula historia y no memoria, porque sabe que la primera es la única que al final va a quedar. Hay muchos recubiertos de ignominia, cobardía, anteposición del interés personal a toda otra consideración, noria de posiciones, serviles burócratas, carentes de más méritos que los descritos: ¿Qué historia podrían escribir en el futuro Patxi López o Ander Gil (destacadas y atónitas autoridades de Estado)? Se podría citar a muchos más pero estos son los más signados y recompensados: por su radical falta de escrúpulos y estentóreas limitaciones.
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