Está fuera de duda la petrificación y consecuente inoperancia de las resoluciones de la
Asamblea General de Naciones Unidas, al menos las que afectan al Sáhara, que el
devenir histórico ha enterrado por desaparecer todos los presupuestos
geopolíticos e históricos que las hicieron nacer. Lo que le hace perder
autoridad moral y prestigio. A sumar a
su incapacidad para ofrecer resultados.
La crisis del Organismo no es solo por su acreditada ineficiencia de décadas, como por su anquilosamiento histórico. Como una institución ausente de presente y realidad mantiene dogmas en los que nadie puede creer, que quedan en evidencia a cuenta de los 17 Territorios No Autónomos. Como una prueba fehaciente más de obsolescencia y anacronía. Cómo será la dislocación o fractura histórica que ninguno de esos territorios pretende ejercer los derechos que les reconoce el Alto Organismo. Lo consecuente sería la amortización histórica de la lista, pero solo un ente burocratizado, distante del dinamismo de hechos, ideas, mentalidades y aspiraciones puede mantenerla. La configuración de nuevas necesidades y retos históricos se suceden y los movimientos políticos y sociales evolucionan e incluso pueden desaparecer, mientras las resoluciones de Naciones Unidas permanecen petrificadas como paleografía.
Se puede decir que ninguno de los 17 Territorios No Autónomos desearía ver cambiado su estatuto, ni Gibraltar (que ni fue colonia) ni las islas Malvinas, tampoco Guam ni los demás y como lo ha demostrado recientemente, la que podía estar tentado a hacerlo, Nueva Caledonia, ha preferido desoír los dogmas de hace muchas décadas que languidecen en mohosos sótanos de la ONU.
Como también ha quedado fuera del tiempo y mundo histórico igual que las perspectivas políticas actuales y de futuro el derecho de autodeterminación del Sáhara;
desde 2007 atemperado por el Consejo de Seguridad (y no la Asamblea General) de Naciones Unidas
con la solución justa, duradera y mutuamente aceptada por las partes: Marruecos
y Polisario de principales. Para también eternizarse y también fracasar.
La ONU la componen estados soberanos que no precisan abdicar
de su soberanía, por tanto conservan todas las facultades para dirigir su
política internacional como dispongan. Las soluciones a conflictos
internacionales formalmente pasan
por Naciones Unidas. Y a sensu
contrario la hibernación y congelación de procesos políticos se debe, o al
menos es responsabilidad, del Organismo internacional.
La ONU es una creación humana histórica, jurídica y
vertical, la Comunidad internacional es una comunidad de hecho, horizontal, no
creada pero si creativa y abierta,
capaz de arbitrar los procesos y procedimientos para alcanzar un fin, de
resolver conflictos. Cosa que la ONU en tantas ocasiones con sus rígidos e
inerciales protocolos, fracasa
estrepitosamente, como en el contencioso del Sáhara, demostrando su incapacidad
funcional y llegando a constituir un verdadero obstáculo para la resolución del
conflicto. Por eso resulta completamente vano y ridículo que países como España
y otros europeos se remitan al dictado de la
ONU, compulsada década tras década su inanidad. Nuevos centros de
iniciativas imaginativas, acuerdos y nuevos consensos de la comunidad
internacional deben relevar a quien carece de toda capacidad, como hace
Marruecos. Lo demandan las generaciones
ya de refugiados y el grueso de la población saharaui y marroquí.
El Estatuto de autonomía para el Sáhara y repercusión elaborado por
Marruecos, debe postularse como nuevos hechos, que lo afiancen y legitimen
sobre la base de la autonomía reguladora de la comunidad internacional
frente a la heteronomía prescriptiva de Naciones Unidas.
La praxis
internacional del derecho de autodeterminación depende actualmente de actos de soberanía nacional (no de ninguna instancia internacional) por el que un
tercero o más países reconozcan a un
territorio como independiente (o perteneciente
a otro país) al pronunciarse (países europeos los primeros) sobre su soberanía, como ocurrió en los Balcanes con Eslovenia, Kosovo, que ha devenido en doctrina de legitimidad, de
facto y de iure, internacional al margen de la ONU.
En 2017 con la revuelta separatista de Cataluña se especuló con posibles reconocimientos o no por terceros de su grotesco proceso secesionista al poder erigirse actualmente en nuevos hechos y agentes decisorios de la independencia. En las últimas elecciones marroquíes la participación de los saharauis (allá donde solo pueden votar y mayoría de la población de las provincias del sur) resultó muy superior a la media
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