Estas trampas, al coincidir aritméticamente, no tienen defensa. El cartel tramposo solo contiene guarismos en dos epígrafes con datos falsos. Desnudo de comentarios, valoraciones, incitaciones: la desfachatez es lo que daba de sí el asunto.Solo por libre asociacionismo, un mecanismo psicológico, se puede relacionar (de aquella manera) ese cartel (ya que este calla) no ya con el delito de odio, cumbre del pensar jurídico, sino con el odio mismo, salvo poniéndole ganas.
La mayoría de los crímenes contra la integridad física llevan aparejado el odio. El odio, al ser sentimiento y mantenerse en la esfera íntima de las personas, no puede delinquir, pero sí cuando sirve a resultados ilícitos. Los delitos hasta antes de que metieran sus sucias manos los políticos, tenían que ver mucho con resultados e inequívoca intención. La Iglesia había dejado de gobernar en el interior de las conciencias.
El derecho procesal, la filosofía (incluida la navaja de Ockam) prescribe atenerse a lo inmediato, literal y más directo, para interpretar. Si rastreamos en la trayectoria (judía en persecución histérica) de Vox, con un mulato de verdad, no comparsa-maniquí, su odio solo puede ser conjetural pero sobre todo deseado. Cuanto más execrables, aberrantes o inhumanos sean los de Vox más justificado y legítimo será el odio contra ellos. Este mecanismo tan evidente y conectado no puede ser respaldado por hechos objetivos. Porque todos sabemos que podemos inundar de imágenes, expresiones, rictus, deslegitimaciones, descréditos y actos de violencia contra Vox, y no al revés. Querer impedir la entrada de inmigrantes ilegales será insolidario y egoísta pero no es xenofobia. El buenismo infantil, la irresponsabilidad del mucho amor es lo que al final consigue crear el racismo y el odio de verdad contra inmigrantes, simplemente con su aumento y no integración (cuestión de tiempo), no la regulación. Desmanes, aunque pocos, de los Mena ha habido, que Vox aprovecha mientras otros los infantilizan. Si Vox actuara contra magrebíes u otras procedencias instalados en España sí habría xenofobia y racismo. Lo que haría a muchos muy felices, ¿y a Vox?: no lo propone. La errancia por solar laberíntico del socialpopulismo, sin Vox (su oxígeno desesperado), supondría su extinción.
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