viernes, junio 19, 2020

Si me hubiera muerto antes de cumplir 60 años

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Como siempre he sido tan retardado y ausente para todo, es verdad que alguna vez pensé que menos mal que no morí joven porque empecé muy tarde a considerar la vida admisible, incluso más adelante disfrutable. Lo que tiene una cosa buena, que no hay forma de que te sientas acabado y sin nada que hacer: librar guerras, tener pleitos, amasar enemigos de clase, ser furibundo con los estúpidos, recordar a tu alrededor que pasó y estar muy satisfecho de los pasos dados, que casi nadie los da. Me veo, y veo a los demás, siempre arrinconados grupales, tan eternos y unísonos, dándose calor, estáticos. Lo que da homogeneidad de pensamiento no son evidentemente  ideas elaboradas por uno, sino la pertenencia, la comunión generacional y local, los ámbitos compartidos, el magma de identificaciones conforme a baremos prestigiosos (siempre de alrededor), la zona de confort, si se forma una leve disidencia es de grupo también y tolerada.
Pero cuando pensé (tener el pensamiento) lo lamentable que hubiera sido morirme antes de los 60 años, por una sola cosa, fue cuando descubrí el pensamiento liberal (estos eran neoliberales y no cualesquiera), y conservadores que casi a la vez y en el Casino de Santa Cruz de Tenerife.
Eran muy ilustrados, científicos, investigadores, militares antiuniformados, economistas, no eran de letras, por tanto dados a a pensar por sí mismos, por supuesto conocían al dedillo la Escuela austriaca, a Mises, a Hayeck, los invocaban como yo de joven en mis discusiones enardecidas citaba a todos, según me conviniera, los de izquierda y sobre todo a los poco leídos: Althusser, Poulantzas, Gramsci entonces.
Yo provenía y estaba en la antítesis. Yo trabajaba en ámbitos de izquierda superpuestos, donde se partía de una injustificada superioridad moral e intelectual, pero yo no logré intercambiar un libro, citar algún autor, tener una discusión o conversación. Era como el desierto de Sonora, peor, tal su escasez y vaciamiento, que no había ni alimañas, ni cactus: el vacío de Gauss. 
Aunque es verdad que se me atribuye haber dado un golpe de estado en aquel núcleo tan ilustrado, que acabó con él, lo cierto es que la comparativa entre donde yo estaba y aquel nivel intelectual fue una epifanía y una hierofanía. Había descubierto todo un orbe de pensamiento desconocido. Y yo que creía que me sabia todo de política, lo que me hizo abominar más del analfabetismo de izquierda.


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