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“Deriva polaca del Poder Judicial.” “Refinamiento golpista propio de Hungría o Polonia.” “Sánchez imita a Orbán.” De múltiples formas, la maniobra del presidente Sánchez que el Tribunal Constitucional frustró in extremis ha sido comparada con similares ejercicios llevados a cabo por los gobiernos de Europa del Este en el punto de mira de la Unión Europea por violaciones del Estado de Derecho.

La equiparación es tentadora. Desde un punto de vista de erosión de los derechos de los diputados y los pesos y contrapesos que son consustanciales a todo régimen liberal-democrático, la analogía cabe. La respuesta del Tribunal Constitucional, con una reñida votación de 6 a 5, lejos de demostrar la buena salud de nuestro andamio jurídico-institucional, subrayó su capacidad minorada de neutralizar las ambiciones del Ejecutivo. También los jueces polacos y húngaros ofrecieron resistencia hasta que se vieron superados.

Aun así, la comparación no ha. Según el estupendo libro de Ivan Krastev y Stephen HolmesLa luz que se apaga: Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz, los motivos que explican la deriva iliberal de buena parte de Europa del Este tienen que ver con la posición relativa de nuestros vecinos orientales con respecto a la evolución de los modos democráticos y composición demográfica de Occidente y el resentimiento por una percibida imposición de principios ajenos. De ninguna manera estas razones comparecen aquí.

A pesar del ensimismamiento del siglo XIX y del declive de gran parte del XX, el constitucionalismo español ha hecho una contribución fundamental al pensamiento liberal occidental

En Hungría y Polonia, la caída del comunismo—como en España el fin de franquismo—trajo consigo un proceso de convergencia con los sistemas político-económicos de Europa Occidental: la democracia liberal y la economía de mercado. Lo que en su momento se entendió como un medio para conseguir la homologación con los estándares de vida y libertad de este lado del muro, con la entrada en la UE la percepción entre amplias capas de la población es que la adhesión al club comunitario supuso una “imitación” de valores no propios.


En concreto, el carácter posnacional, multiétnico y tolerante con sexualidades alternativas de los principales países de Europa, en un contexto de supervisión de autoridades comunitarias y emigración masiva de la juventud a Estados miembro occidentales, generó un “estrés colectivo” que cristalizó en una búsqueda de reconocimiento y dignidad a través de la oposición a los mandatos de Bruselas. Para Krastev y Holmes, el socavamiento de las bases del liberalismo democrático resultante obedece más que al auge del nacionalismo y el autoritarismo, a razones de psicología política motivadas por la adopción a marchas forzadas de marcos occidentales.

En España, a pesar de las coincidencias en cuanto a praxis, la motivación que subyace al intento de asalto al Tribunal Constitucional es muy distinta. España nunca ha estado fuera de Occidente. A pesar del ensimismamiento del siglo XIX y del declive de gran parte del XX, el constitucionalismo español ha hecho una contribución fundamental al pensamiento liberal occidental. Por otro lado, al adherirse a la UE, los españoles, a pesar del persistente complejo de inferioridad, “vuelven” a Europa, sirviendo de avanzadilla en la relajación de las lealtades nacionales (con asterisco dado el papel de los nacionalismos periféricos) y religiosas que es hoy seña de identidad comunitaria pero vista como foránea en el Este.

El gobierno y el principal partido que lo sostiene han eliminado cualquier atisbo de duda de su intención de mantenerse en el poder a través de extender todas las concesiones que sean necesarias al independentismo catalán

Además, a nadie se le escapa que el movimiento del presidente Sánchez no recoge un sentir ciudadano ni siquiera lejanamente semejante a los estados de opinión imperantes en Hungría o Polonia (su exigua mayoría parlamentaria lo certifica). Desestimando la oportunidad de rectificar, el gobierno y el principal partido que lo sostiene han eliminado cualquier atisbo de duda de su intención de mantenerse en el poder a través de extender todas las concesiones que sean necesarias al independentismo catalán, incluida la desactivación de los diques constitucionales.

Se trataría de un proceder menos movido por la convicción que por hacer de la necesidad virtud, en la medida en que contraviene de forma flagrante el programa del PSOE más reciente. Esa sería le interpretación indulgente: no es nada descabellado colegir que la astracanada de las enmiendas improcedentes es parte de una estrategia premeditada para generar una respuesta inédita que permita deslegitimar a la oposición democrática. Sea como fuera, no surge de una respuesta a una realidad social consolidada.

No por ser más coyuntural la gravedad, la demolición unilateral del consenso constitucional en España es de menor peligro. El iliberalismo es una pendiente resbaladiza difícilmente reversible. Del oportunismo iliberal al retorno al frentepopulismo aciago de la Segunda República distan unos pocos pasos que ya han dado algunos dirigentes socialistas (de nuevo aquí aplicando la caridad cristiana propia de estas fechas). Por algún motivo se conocen muy pocos pactos de la socialdemocracia europea con la izquierda populista y los separatismos, ahora que la armonización con Europa está tan de moda.

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