El paradigma del trabajador quedó definitivamente destronado
del horizonte de la izquierda y hubo que buscar su reemplazo en sectores que
impugnaran el sistema. Como el explotador,
plusvalía, capitalismo, estatismo
habían desparecido buscaron conexiones
con el pasado en el neoliberalismo, “el mercado”, la globalización, ganando
muchísimo en conceptos y abstracción. Lo concreto y material desapareció aunque
el camino quedaba empedrado de machismo y micromachismos, heteropatriarcado, cambio climático. El conjunto parecía un
regreso a la teología política (Carl Schmitt). Alguien comprobó que la
desaparición de los derechos de los trabajadores y explotados era total. Y lo
más punzante aún, que sin derechos a reivindicar no había manera de que hubiera
víctimas.
Pareciera que el Derecho Natural divino y humano, la
Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, la Declaración del Hombre y
del Ciudadano de 1789, la Bill of Rights inglesa de 1689 habrían servido de nada o poco: pero tampoco
verdaderos tratados religiosos, éticos y normativos, como la Torá, la Biblia y
el Corán.
Las víctimas sin trabajadores explotados quedaban muy
diluidas, no se había hurgado en todos los que tenían sus derechos no
reconocidos. Y se regresó a otro tipo de nominalismo medieval, no por algo
radicalmente nuevo y distinto, ya que siendo
el mundo muy parecido su visión quedó alterada, lo que ansiosos e inconformes aprovecharían para
darle un encuadre administrativo profundo. Fraccionado la familia en tipos y en
la sexualidad en categorías, que todas menos una o dos ya estaban, se ampliaban
los derechos, pero no lo suficiente; enfermedades o dietas generaban también
derechos, al margen de su cobertura; los animales obtuvieron sus derechos y
algunas cosas (y hasta lenguas). Como dijo Simone Weil (tampoco la conocen:
pensadora del trabajo obrero) los deberes deberían ser los que configuraran los
derechos. La correlación civilizatoria y jurídica: derechos/obligaciones. Menos
para los niños.
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