“Golpistas de toga”, “no los han elegido nadie”, “hay que
darles un toque de atención”, “derecha
política y judicial… atropellar la democracia (¡Sánchez!)”, son frases que expresan deseos en la ofensiva
por tierra, mar y aire contra nuestro sistema de convivencia política. La
deriva totalitaria del sanchismo-populismo no es asunto especulativo sino que
ya va muy en serio. Los hechos son indiscutibles. Se trata de la modificación
de cuatro leyes orgánicas, cuyas garantías procedimentales son máximas,
conculcadas de forma sumarísima y oportunista por las fechas asignadas, con
claros resultados de sistemática exclusión.
De la derecha de los debates parlamentarios y de los procedimientos, el optar por proposiciones de ley a fin
de eliminar controles y filtros,
exclusión de los órganos consultivos, vulneración de la juridicidad en la aprobación de leyes que deben responder en su
contenido a la finalidad prevista y no añadir disposiciones adicionales ajenas
por completo a aquella. El fraude de ley es colosal: usar las normas para fines
distintos a los destinados. Frente a conductas y actos concretos e
indiscutibles el gobierno y amplia coalición declaradamente anticonstitucional, imputan a la oposición real de tensionar, dar
un golpe de estado -golpe de estado: ¡un recurso de amparo (son inmensos)!-,
con la negación radical y constante del papel de la oposición, de control
parlamentario o recursos legales. Lo
padres fundadores de la democracia americana, suerte de referente universal,
crearon el sistema de contrapesos y garantías en el orden constitucional, y
absoluto respeto de las minorías.
Dado la incultura, insolvencia y afán totalitario del sanchismo-populismo, ignoran que la
soberanía popular no reside en el parlamento (y ejecutivo fundidos), que
permitiera no someterse a nadie, sino en
el pueblo español, a través de la constitución (la americana principia:
“nosotros el pueblo”) de la que emanan todos los poderes del estado por medio
de ese marco de imprescindibles reglas de juego y ley (con recursos), que es la
constitución.
En la actualidad los golpes de estado no precisan armas,
consisten en el desmantelamiento funcional de las instituciones del estado,
neutralizando el poder judicial y logrando mayorías sumisas al ejecutivo. La
coartada es la elección de la calle -que siempre plural y con minorías
disidentes, nunca homogénea/monolítica- en lo que se basan todas las pretensiones totalitarias,
que buscan llamarse democracias participativas, masas ruidosas y de choque, y
plebiscitarias del todo o nada. Se precisaba un caudillo de vocación con todas
sus propensiones, psicópata clínico, falsísimo al hablar, enfermizamente cínico
y mentiroso, sin escrúpulos morales y una recua de fanáticos bronquistas
refugiados en el mecanismo psicoanalítico de la proyección, proyectando en el
otro sus propias conductas. El Rey viene detrás, hecho souvenir.
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