El reincidente en fraudes -la urna oculta en Ferraz (sede
del PSOE) que le valió su expulsión, su grotesco doctorado y tempestades de
mentiras y engaños- debiera pensar preferentemente en Fidel Castro, cuando en
el juicio por el asalto del cuartel Moncada dijo aquello de que “la historia me
absolverá”. Pues según Pablo Milanés, que ya es citar: no. Cómo si ambos fueran
objeto de comparación posible: Castro con convicciones de búnker y alambrada y
el a veces comparado con maniquí del Corte Inglés, pura volubilidad,
oportunismo, inestabilidad, incoherencia, vanidad. Normalmente pasan a la historia los
monstruos: Hitler, Stalin, Mao, aunque a veces se cuelen grandes hombres,
íntegros, decisivos servidores del interés nacional como Churchill; Zelensky
seguro (con méritos también incomparables a nuestro doctor). Zelensky ha terminado de crear
definitivamente una nación, Sánchez va ordenadamente, paso a paso a lo
contrario, a demolerla. Algo que pensaba poco antes de que el megalómano fatuo
soltase una frase delirante (de orate), asignándose una función providencial
(incluso profética): ser dictamen de la Historia. Un autodiagnóstico psíquico
decisivo. Este político requiere como
marco de comprensión, en todo momento, de categorías psíquicas y morales, solo
así puede ser entendido. Esa es su
excepcionalidad probada, su psicopatía e inmoralidad, megalomanía y
vacuidad. Dicen sus corifeos y
mantenidos que ha disuelto el problema catalán, que ya no existe, que era obra
(científicamente omitida) de Rajoy, en cambio
con VOX, al ser tan reactivo a condescendencias y sumisiones, la
Historia lo tendrá fácil. Esta diagnosis
sanchista tan pedestre y paupérrima acude a la varita mágica del hombre
providencia, ya que no toma en cuenta los reflujos de las vanguardias
separatistas, las contradicciones internas en los bloques (independentista), la
decepción y desengaño de las masas borrachas de etnicismo, el cansancio ante la
comunión narcótica de Generalitat y súbditos. Los que allí viven soportan la apisonadora étnica de la
discriminación sistemática en todos los órdenes de la vida, la impunidad total,
la anomalía y desguace institucional, la excepción al estado de derecho, el
furor persecutorio contra el idioma español y cualquier signo de España. Por
tanto que el separatismo rebaje sus elementos de combate golpista en la
actualidad, no quiere decir que la labor de secesión no esté acumulando condiciones objetivas día a día,
para un futuro imposible de convivencia
y cálculo.
Aunque ahora sabemos que
la pomposa exhumación de Franco, decidida por Sánchez perseguía con
mirada de águila el destino histórico (en lo universal) suyo propio. ¿Quién puede asegurar no que Cataluña no será
independiente, sino que su desgaje del resto no vaya arrostrar toda suerte de
mayores incertidumbres e impensables ramificaciones. Eso si va a ser historia.
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