El último libro que he leído de Vasili Grossman es su biografía, de Alexandra Popoff (Crítica): químico de profesión, fue periodista en la II Guerra Mundial y escritor laureado, con sus dos obras más conocidas sin poder publicarlas; no les faltaba razón a los soviéticos, el horror y ferocidad de su régimen quedaban al descubierto. Ucraniano, judío, se libró del exterminio total de sus vecinos, incluida su madre, por los nazis.
Pronto, en su relato Tiergarten, ya advirtió del isomorfismo entre nazismo y comunismo, él entró con el Ejército Rojo en Berlín, y confirmó las concomitancias entre dos sistemas políticos solo aparentemente antagónicos; en sus fundamentos (no narrativas) idénticos.
Quien haya leído y conozca de Anna Ajmátova, Osip Mandelstam, Marina Tsvetáyeva, Brodsky, Bulgákov, Pasternak (lista interminable) habrá sentido el terror del implacable control político, meros muñecos a merced del capricho comunista, la vida más lóbrega en viviendas hacinadas y determinadas, hasta sentirse deprimido por la indefensión del ser humano ante el totalitarismo más atroz.
Los intelectuales europeos fueron muy condescendientes con la «gran esperanza de la humanidad» (eterna pulsión mesiánica), como se idealizaba al paraíso comunista, a pesar de que fuera André Gide el primero en dar la voz de alarma de regreso de la URSS.
Así como el holocausto es el hecho de mayor inhumanidad que ha registrado la historia –la industrialización del genocidio como apuntó Zygmunt Bauman–, la URSS ofrece mejores marcas que los nazis en estos segmentos: la cuantía /volumen total y diversidad de los exterminados, el dictado psicológico de que nadie podía descartar la más terrible, aleatoria e imprevisible represión (un ario sumiso estaba blindado en Alemania), hambrunas provocadas (6 millones de muertos), deportaciones a bosques y abandono con un hacha, semillas y útiles con canibalismo derivado, genocidio de grupos sociales: los kulak como clase social, los restos aristocráticos y burgueses, vieja guardia bolchevique; campos para niños/ obligados a denunciar a padres; deportaciones de tártaros, cosacos, judíos (tras la II Guerra) y otras etnias, represalias familiares automáticas, ejecuciones sumarias, 2,5 millones de presos en el Gulag, En Vida y Destino Grossman ha documentado (testimonios y visión directa) las atrocidades de Stalin y Lenin; escritos suyos fueron aportados en el juicio de Nuremberg.
Grossman que ha vivido el mayor infierno: el de las ideas (no religiones) totalitarias del siglo XX, cree, como señala Todorov, en la libertad, cuya ansia es imperecedera, y en la bondad, que pervivirán (al no poder ser extirpadas) a aquel infierno.
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