lunes, mayo 01, 2023

Prólogo de "Deconstrucción del metarrelato del Sáhara" de Víctor Hernández Roncero

                   

“Zu den sachen selbst!” Ésta fue la divisa con que Edmund Husserl exhortaba a comienzos del siglo XX al pensamiento occidental a ir a las cosas mismas, despojándolas de todo aquello que resultara una ocurrencia arbitraria, una excrecencia meramente subjetiva, un hallazgo casual, o una construcción imaginaria. Por desgracia en la vida pública -y en la privada también- de España, y por extensión, igualmente, del resto del mundo, la verdad es hoy la gran víctima de casi todo lo quese hace y lo que se dice -con más frecuencia, en la esfera pública-, con unas consecuencias atroces, siguiendo el imperativo envilecedor de un vivir sistemáticamente contra la verdad, es decir, de una existencia falsificada en su raíz por la adscripción a tópicos infundados, etiquetas generadas de espaldas a toda realidad, consignas creadas para la suplantación de lo real sin ningún género de pudor ni contemplaciones, y un sinfín de infamias de todo orden al servicio de intereses espurios, que están depositando  sobre el mundo una costra casi impenetrable de falsedades e infundios, todos ellos a la altura de la estofa moral de sus creadores. Nadie ha descrito mejor que Julián Marías, en su Introducción a la Filosofía, esta determinación de vivir contra la verdad: “…es posible una situación extremadamente anormal y paradójica, que es la de vivir contra la verdad. Y es—no nos engañemos—la dominante en nuestra época. Se afirma y quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta tácticamente, aunque proceda del adversario, y se admite el diálogo con ella: nunca con la verdad. Esta es sentida por innumerables masas como la gran enemiga, y contra ella es fácil lograr el acuerdo. Hay en el mundo actual múltiples temas—que están en la mente de todos y no es menester enunciar, y cuya simple mención en este contexto resultaría «desazonante»—sobre los cuales se dice cuanto es imaginable, excepto la verdad, que por nadie—quiero decir por nadie «social», por ninguna «opinión pública»—sería tolerada.” No es, desde luego, el prólogo a este libro la ocasión de averiguar por qué ocurre esto. Marías hablaba del miedo a la verdad, por su poder de arruinar el fundamento irreal de la vida formalmente inauténtica, una vida que se hace huyendo precisamente de eso, de la verdad. Ahí lo dejo, para que lo medite el lector.

Tengo con José María Lizundia Zamalloa una relación de amistad larga, de decenios -mi “fake brother”, como gusta él de llamarme-; he sido y soy testigo de su modo de instalación en el mundo, de su lealtad a las cosas, tal y como se manifiestan, de la apertura de sus ojos a todo aquello que se ve, tal y como se ve; de su voluntad implacable de tener de las cosas la noción más alejada de lo que se dice de ellas, de lo que circula como “opinión” irrevocable o como moneda de cambio de las mentes fracasadas o pueriles que han renunciado a ver o a pensar, porque el peso y la presión que sobre ellos ejerce el miedo se hacen irresistibles -el miedo a quedar mal, a ser descalificados, a ser apartados-.

Hablaba antes de la costra impracticable de falsedades que la voluntad de falsedad ha depositado sobre el mundo. Lizundia es un deconstructor. Con frecuencia, en larguísimas conversaciones con él, al amparo de la mejor cerveza o del mejor vino, le he oído invocar a Derrida para hacerme ver que su propósito personal, el que anima a escribir a mi querido amigo y “fake brother”, no es construir, sino demoler. Si se quieren ver las cosas como son en realidad, si se las quiere hacer patentes, hay que poner en práctica una operación previa, dramática por su propia contextura, de limpieza, que comienza por perforar y quebrantar toda la masa de tópicos que ese modus operandi hostil al mundo de la verdad, y a la verdad del mundo, ha arrojado sobre ellas. Lo que se haga -o hagan otros- después con lo que resulta de esta deconstrucción inmisericorde, es decir, con la realidad despojada de todo aquello que la pretende desvirtuar, es cosa que a él no le interesa; no es su responsabilidad. Su proyecto vital, el dictado por su fondo personal insobornable, su vocación constituyente y constitutiva, es, como decía al principio de este prólogo fallido, ir “a las cosas mismas”. Desde la eternidad sigue resonando la vieja consigna del también viejo, entrañable e inolvidable Edmund Husserl: “Zu den Sachen selbst! Zu den Sachen selbst!”: el grito de guerra de la pasión por la verdad.

Víctor Hernández Roncero, en Santa Cruz de Tenerife, a 29 de abril del 2023

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