En mi última columna sobre Juan Manuel García Ramos, me consideraba canario (porque escribía "nosotros", ya inmerso y aglutinándome por primera vez). No me gustaban los godo-peninsulares (yo sería vasconGODO en todo caso) que iban de canarios y a sus fiestas populares con traje de mago-campesino.
Ahora cuando regreso a Tenerife, de vuelta de Bilbao en los Rodeos, he empezado a sentirme más próximo al canario que a los vascos. Como yo proceda por familia y juventud de la obediencia nacionalista abertzale, no me resultaba fácil desbancarme/desembarrancarme de mi mismo.
Que en un sitio te llamaran canario y en el otro vasco, era una suerte de ideal: ser realmente fluctuante. Lo sagrado hecho profano. Como con mi columna última. Y así entramos en la identidad/no identidad e identidad fluyente/fluctuante como la mía, según estaría diciendo y haciendo en la actualidad. Otra cosa, el fondo. Aunque mirándolo positivamente, yo alcancé a detestar al País Vasco y moradores (motivos políticos y morales ya dieron, como gregarismo acervo) más incluso que lo que lo había amado.
En mi último libro sobre el País Vasco me asomo a esa problemática mía con mis visiones y reflexiones, uno ve mucho mejor o solo puede ver mejor, desde fuera, sin comparación. Fácil hacerlo cuando hay sentimientos armónicos y descansados, difícil ahora cuando casi no hay nada. Y desde ahí estoy escribiendo
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