Ha existido prácticamente unanimidad en prensa y políticos españoles, en censurar el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara de Pedro Sánchez y que no se hubieran obtenido contrapartidas claras por esa decisión, insistiendo en no haberse logrado garantías sobre Ceuta y Melilla, cuando esas dos ciudades autónomas no dependerán en el futuro de la sola voluntad de Marruecos. Sobra decir que la inclusión de esa garantía de permanencia era imposible de producirse y de que tampoco surtiría efectos decisivos. Lo que en realidad estaban expresando era su anhelo de futuros fijos, estables, definitivos y cerrados en plena (pos)modernidad líquida, algo que no parece viable ya. No solo en la realidad sino en los planteamientos y reflexiones que no aguantan verdades inmutables, fijezas, fundamentos sólidos, aunque se las encadenasen con acuerdos sobre el porvenir no servirían.
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