En tiempos de Franco, en los años 50 y 60 del siglo pasado
Euskaltzaindia (Real Academia de la Lengua Vasca) trabajaba a pleno
rendimiento, comprometida con la unificación del Euskera, no en vano el mapa
lingüístico del príncipe Luis Bonaparte deslindaba 18 dialectos del vascuence. Aunque dialectos, algunos
poseían literatura propia. La unificación tomó como clave de bóveda la
literatura escrita que era fundamentalmente religiosa, la de Mosen Bernat Etxepare y Johannes Leizarraga, un
hugonote que había traducido la biblia al euskera. Los pilares
del euskera batua (o unificado) se asentarían en los dialectos
guipuzcoano y labortano (vascofrancés de la costa).
El bable tiene cierta literatura, y disgregación, siempre
entremezclado del español con vida natural y popular. A finales del SXIX, y aun antes, y principios del XX en los
caseríos vascos, pensando en el futuro de los hijos en las ciudades
industriales o América, se trataba de que no
hablaran el vasco y sí español.
En las grandes urbes o en América serías un paleto, bruto, rústico. Este
decrecimiento del Euskera no tuvo nada que ver con Franco, sino con condiciones
objetivas económicas, sociales y culturales anteriores.
Este mismo argumento ya formulado en estas páginas hace
años, mereció, para mi sorpresa, que fuera reproducido (citándome) en la
revista Euskal soziolinguistika.
Diré que los recordatorios de mi Primera comunión, en torno
a 1960, en unos ponía José María
Lizundia y en otros figuraba Lizundia tar Joseba Mirena (lo conservo).
Asistimos en España a la privilegiación de todo lo que suene a aldea, campanario,
entorno conocido, bosque comunal,
la aspiración a un vida urbana empapada de folclore, la endogamia comunicativa
que suponen la resurrección inspirativa
del tradicionalismo carlista rural y el cantonalismo. Una fuerte regresión
psíquica y acantonamiento tribal/comunitario ante el mundo actual globalizado,
uno, interpenetrado, que se asemeja a la actitud de la avestruz y recuerda
mucho a los milenarismos sectarios.
En este aspecto el fortísimo impulso actual del bable y demás endemismos
etnolingüísticos a cargo de la clase
política de izquierda, de lo que ya
tenía vida, pero natural en la sociedad, no extorsionado por la Administración
que ahora se pretende. Uno se pregunta
si el estado del bienestar sobrevivirá a este gobierno, que elude resolver todo
lo que atañe a la vida real de las personas
Fuegos fatuos de
mediocres ambiciosos, que deberían ser prudentes con las lenguas, el euskera
tan multimillonario en dotaciones no avanza en su uso. Bilbao es buena muestra.
Ojo también con los mitos lingüísticos,
el vascuence, se pensaba, si era caucásico, líbico-bereber o antiguo ibero,
y ya
parece prosperar que es un reducto del aquitano-gascón mal romanizado.
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