Ante el aniversario de la Marcha Verde, el Alto Comisariado
de excombatientes y del Ejército de Liberación de Marruecos y el Instituto de
Estudios Saharianos han traducido mi libro El Sáhara, el declive del
totalitarismo. Son tres días de actos a los que estoy invitado: en La
Biblioteca Nacional ante el cuerpo diplomático, en la Comisión de las dos cámaras en el
Senado (me sientan entre dos saharauis,
el propio Presidente del Senado y uno de
los fundadores del Polisario, Bachir Edkhil, gran intelectual y amigo, ambos
ergibat sahel), y en las Facultades de
letras de las universidades de Rabat (la Mohamed V) y Casablanca (Hassan II) en
las que ya había estado. También había escrito (son 5 libros) a favor de la
Marcha Verde, las grandes unanimidades hispanas siempre me producen desazón y
ronchas, y lo razoné: ¿Por qué los 350.000 marroquíes que vagaron por el
desierto hasta la frontera colonial, tendrían una idea/sentimiento menos legítima,
verdadera y sentida que los 84.000 saharauis (Franco les diferenció
acotando el significante geopolítico de
“saharauis” de los saharianos de siempre, como tituló en su opus magnum sobre el Sáhara Julio Caro Baroja)? ¿Cómo se puede movilizar
a 350.000 personas sin recompensas: botín de guerra, sin motivos religiosos
como conversiones al islam, promesa de
tierras ubérrimas, pastos feraces, y se les hace parar y paran? ¿Si tanto poder
de manipulación tenía Hassan II por qué no lo utilizó nunca antes ni después? Ninguna de estas preguntas
se las formularon los españoles, y menos los tratadistas, fuimos piña otra vez.
Desde los Reyes Católicos los hispanos propendemos a la
unanimidad surgida o perseguida con ansia, tras judíos y moriscos en la II
República les tocó el turno a los católicos: ¡la mayor persecución religiosa
europea occidental en siglos! ¡Caso único!
Todos saben que la Marcha Verde solo podía evitarse con la
muerte masiva de civiles marroquíes y una guerra convencional, de ahí el
estruendoso silencio español. O, como fue, con los buenos oficios de Naciones
Unidas forzando los Acuerdos tripartitos de Madrid de noviembre de 1975. El
eurocentrismo español es doble, un binomio perfectamente ensamblado:
evidentemente 350.000 marroquíes ni piensan ni sienten y por consiguiente solo
pueden ser manipulados. Que se completa
con la superioridad que conferimos a
menos de 100.000 saharauis a los que les
damos absoluta razón, y que se les
adopta, tutela, protege y arenga. Y otra
pregunta que cabe: ¿Cómo es posible la subjetivación fantasiosa y
patrimonialista de un conflicto objetivo construyendo la ficción de la deuda
histórica? Debe ser que hay entre
nosotros tantos improbables librepensadores (históricamente) que tenemos
perfectamente interiorizadas
mayestáticas consignas.
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