Tengo a Juan Manuel García Ramos como un ensayista muy original y sólido de Canarias, pero del ensayo del pensamiento, como es el que se
asienta en la razón crítica que trata de llegar al fondo de la cuestión, y
no el ensayo de la subjetividad, intuición, belleza de las formas y arrebatos
líricos.
García Ramos es catedrático pero no conozco ninguno de sus
trabajos académicos. A un académico hay
que suponerle mucha erudición, prolijos conocimientos de su especialidad y
alguna anexa, pero lo que un académico no nos garantiza en absoluto, es poseer
espíritu crítico y pensamiento personal, que es lo que tiene nuestro autor. Y
osadía, que aquí vuelve a mostrar
El valor extra que para mí tiene El Delator es que me
formulé exactamente los interrogantes, sobre los que se indaga en el libro. El
color político de los componentes de Gaceta de Arte, si quitamos a
Agustín Espinosa y Emeterio Gutiérrez
Albelo, para mí era eso, básicamente color rojo tenue, sin ninguna profundidad
y apenas praxis, que cuando la hubo
resultó institucional, concejales de Santa Cruz de Tenerife: Pedro García Cabrera y Domingo López Torres
durante un mes de sustituyente.
Westerdahl si no era apolítico lo disimulaba muy bien, ocurre
que un tribuno vanguardista siempre caía del lado progresista; Domingo Pérez
Minik ni conocía ni le interesaba el pensamiento de izquierda, llama
materialismo dialéctico al histórico (el dialéctico era el ínsito incluso en
los fenómenos naturales, pronto aparcado), e incluye en su grupo algún
trotskista cuando ni el POUM lo era del todo. Era como se calificó él mismo:
un humanista, también afincado en el
vanguardismo, pero con horizontes más amplios e intereses más diversos y
profanos. Pedro García Cabrera si era político, socialista, poeta de culto,
pero, por esteticista, ilusionado con un hombre y habitat a inventar e inaugurar, arrobado por visiones
utópicas. Francisco Aguilar y Paz, a mi entender el más culto, polifónico y
realista con José Arozena (el otro jurista), falangista de primera hora, tras
pasar por el socialismo, y hombre destacado del Régimen, se ocupó de atemperar
los problemas de la represión política recaída en sus compañeros de Gaceta
de Arte con el régimen franquista. Lo hizo con Westerdahl evitando su
expulsión al tener nacionalidad sueca,
por supuesto con el gran sospechoso en El
Delator o el delator presunto Domingo Pérez Minik, y a Pedro García
Cabrera le sacó al menos dos veces de
los atolladeros procesales en los que estaba metido. Tiene razón García Ramos,
yo me hice la misma pregunta: “¿por qué esa suerte tan desigual, la de Domingo
López Torres en relación al resto de sus compañeros?”. Realmente el fugado, secuestrador de barco y único
combatiente fue Pedro García Cabrera,
aunque después del alzamiento de Franco. Aun peor. Y a la conclusión que llega el autor (y
llegaba yo) era el radicalismo de DLT
(hay poemas de ingenieros agrónomos con ametralladoras o contra religión,
patria..) y exaltación de procesos
revolucionarios -exteriores-, y punto, pero suficiente para ponerlo en el punto
de mira (hubiera sido mejor) del franquismo entonces. García Ramos le califica de comunista, una diferenciación
oportuna, pese a sus andanzas con los anarcosindicalistas (obreros organizados),
que no eran nada teóricos pero él sí (un poeta surrealista teórico, oxímoron).
Está muy bien aprovechado en el haz de sospechosos de delación, de dentro de
Fyffes y fuera, y mete a Juan Rodríguez Doreste en Gando (allí hubiera sido él)
y José Antonio Rial en Fyffes
Juna Manuel García Ramos maneja muy bien el arsenal de recursos y
procedimientos narrativos, como un ingeniero de caminos y no agrónomos
como los de Domingo López Torres y de ánimo más decaído y resignado, un
sobrino de López Torres es la fuente de la historia y las sospechas y
especulaciones, cuando no es el propio autor con anécdotas y encuentros, fueron amigos
todos. Es capaz de llevar la ficción tan lejos y tan cerca como para meter a
Juan Cruz y su Gallo Rojo (Minik), éste frío y ajeno a la remembranza del poeta amigo asesinado. Es una lección de
creatividad narrativa capaz de echar mano de lo inmediato y variar
sustancialmente su significado. El autor se permite amonestar a sus propios
colegas Sánchez Robayna y C.B. Morris, y con mucha razón y gracia, editores de
las obras completas de Domingo López Torres, que deslizan al menos tres
errores, de los que yo también fui víctima: que de Índice solo hubo un número
(fueron dos), y que vivió menos años,
le hacía muerto con veintiséis. Fue con casi treinta.
Me queda una duda, si es cierto o ficción que Domingo López
Torres manejara un esmerado francés como para ser amigo de André Breton, mantener
una relación preferente con él, y venir a ser el propiciador de la expedición surrealista a Tenerife, nunca
oído.
Al final alguien ha hecho literatura de ficción, y de hecho se ha constituido en el único revisionista (y esto es de medalla) aunque sea imaginario, sobre lo que alguno puede tomarlo con la presunta profanación del buen nombre e inmaculada dignidad de los agentes de la revuelta vanguardista canaria. Sería una versión inocente y acomodada en lo sancionado. En García Ramos pareciera darse un prurito inconsciente de docencia, en una sociedad pacata y muy hecha a la discreción y corrección, al enseñar cuál es la función y el material de la ficción literaria, la mirada libre y de altura, incluso a ser tomada por insidiosa, que se agradece en esta época tan mojigata y policial.
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