De no ser por mi vínculo intelectual e inmaterial -no cabría llamarlo espiritual- con Tánger, no hubiera pedido su libro, y menos hace un momento su biografía que ni sabía que tenía: Jane Bowles era para amistar con ella de haberla conocido. De las que gustan por particulares, desenfadadas y divertidas. Habría estos libros con dos literaturas: de acción y externa, y del yo, esta admite la acción mordisqueada pero tamizada por la mirada francotiradora personal.
La de acción se asienta en la descripción y hechos concretos, materiales, es una literatura forense, y pareciera que debería ofrecer más datos de la realidad que la del yo soberano inquietado de continuo por el inconsciente y siempre turbado (pero de semblante sonriente y malicioso).
Pues no es así, es la subjetividad, las impresiones con los goces malévolos e ideas íntimas de uno las que mejor captan del exterior, de la realidad los signos o matices más interesantes, que oblicuos y retirados parecieran que nada ofrecen, cuando son los más expresivos y contienen las dimensiones esenciales. Hasta aquí Susan Sontag, a partir de aquí Jane Bowles, pero con matices importantes. No son simplemente circunstancias aleatorias y acontecimientos construidos y dirigidos de los literatos de acción directa, donde ahora la encuadramos.
Jane Bowles aunque construye su novela, lo hace de una manera parsimoniosa y acomodada, que se torna desenvuelta como si fuera una niña que juega con muñecas, pero también con figuras de otro tipo, monstruos, animales, objetos mecánicos y las confronta y relaciona en escenas de adulto adulteradas por el divertimento y libertad total (moral, costumbres, convenciones) ante el mundo real ficcionado. Escribe de maravilla precozmente como si ya tuviera mucho oficio. Se somete en la forma y gambetea en el fondo, con quiebros y escenas inopinadas, sin faltar a la construcción, que te ingresan en un mundo de vida del deseo y experiencias de ilusiones.
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