La realidad del feminismo objetivo
JOSÉ MARÍA LIZUNDIA
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En los años 50 del siglo pasado la dirección del Partido Comunista
español podía desde París convocar huelgas
generales, partiendo del descontento de las masas y un supuesto seguimiento, y
sus militantes del interior comprobar que no paraba nadie, y eran un rotundo
fracaso.
Había condiciones objetivas para hacerlas, según ellos, pero faltaban
las subjetivas: más panfletos y agitación. La contumacia de estos hechos
terminó por hacer (teóricamente) de la democracia un fin y no un medio al
socialismo y nació el eurocomunismo. La única conclusión que podemos sacar de
esto es que el desarrollo de la sociedad tiene su propia dinámica y las decisiones
humanas también. La vida ni la diagnosis están en los guetos clandestinos, ni en
núcleos aislados, grupos de esclarecidos, sino en una realidad de millones de
protagonistas y acciones en las sociedades complejas. La pareja y ministra (por
orden causal) Irene Montero y grupúsculos marginales de única presencia en
determinados colectivos activistas, siguen ese patrón, ausentes por supuesto de
contactos con realidades mínimamente amplias, sino endogámicas, sectarias y
carentes de exigencias y méritos, en las que no hay competencia ni luchas
reales sobre proyecciones de vida,
realizaciones profesionales. Como los clérigos se auto asignan misiones de
redención, como los ayatolás disciplinan una forma de pensar y sentir, ellas lo
hacen con decisivas prohibiciones: piropos,
actitudes y miradas, destierro de colores (el rosa), orden conventual que
erradique cualquier riesgo: “solas y borrachas”. Como los ayatolás tienen su propia
Iglesia, en lugar del chiísmo tenemos el culto a un feminismo vergonzosamente sectario:
izquierdista y eurocéntrico. Sin Irán, Turquía,
México, ni ablaciones, sin jerarquía racional de urgencias por violación
sistemática de derechos humanos, pendientes aquí solo de los “techos de cristal” y asuntos poco desesperados en una sociedad con machismo residual (¡que se
atrevan..!). Pese a todos los orinocos y
amazonas de insustancial victimismo, la verdad última y contable radica en la caja,
para la red chiringuital, asesoramientos por colegas y, claro, gastos de personal. Y acrecientan el expolio
en tiempos de pandemia y hambre: 471 millones
para la Igualdad.
No hay un solo argumento para no calificar de feministas a millones
de mujeres que administran su libertad personal como quieren, con coherencia, sin
tolerar actitudes machistas, flexibles,
inteligentes, con una visión circular de la vida, no con anteojeras e
insuficiencia, y además son arquitectas, empresarias, catedráticas, cirujanas,
magistradas, ingenieras, obreras, científicas
o madres solteras que deciden solo por ellas. Frente a este mundo de
vida real y verdad, unas mujeres sin
excesivos méritos, están convencidas que representan a todas las mujeres: ¡porque
ellas son idiotas! El machismo más profundo.
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