La RAE define la opinión como el juicio o valoración que se
forma alguien sobre algo. Juicios o valoraciones son formados
constantemente sobre cualquier cosa, en un flujo constante, veleidoso,
revisable, reversible, contingente. Nada es fijo, todo cambiable y provisional.
Las opiniones no son convicciones o
creencias. Los hechos no existirían bajo
el dominio/sumisión a la opinión, una
última instancia de aniquilación factual
(falsa). Es tal el grado de emponzoñamiento que han creado las marginales del Ministerio de Igualdad y los vividores
sin capacitación de la políticos de progreso (dato mensurable, comparativo y
objetivo), que hasta han degradado el clima crítico racional de veracidad
mínima que exige la comunicación: para poder darse ante la opinión pública y
los medios. Al tener tanta fuerza de erosión de la verdad y realidad de la
sociedad, que incluso los periodistas entrevistadores del doctor Sánchez no han
esgrimido enérgicamente las bases de la comunicación intersubjetiva, en cuanto
racionalidad, objetividad, argumentación y veracidad. Le reprochaban a él su
sarta de mentiras, que las despachaba con más mentiras del todo inverosímiles y
estúpidas. El sintagma “cambiar de
opinión” todo lo justificaría y con todo podría. De los infinitos puntos de
vista que coexisten sobre un mismo asunto, el simple Sánchez solo tenía uno de
recambio, justo el del cambio/mera negación. Las primeras “opiniones” eran las
insistidas, reafirmadas y consolidadas
durante años, justo hasta el momento de las elecciones y encuestas. Una muestra
suprema de la irresponsabilidad al no asumir la autoría de sus decisiones
mintiendo exactamente igual a como hacen
los chorizos en comisaria o el juzgado:
yo no dije/hice eso. La indignidad
confabulada con la imbecilidad objetiva.
Gobernar estaría al albur del cambio de opinión, como la aplicación de las
leyes, votar no tendría sentido, los programas menos. Cómo se puede decir que
cambia de opinión, cuando mentía como
un bellaco, se desdecía como un
adolescente inseguro y temeroso, ponía
carita de víctima, negaba todo como un robaperas, se hacía el perseguido y
vilipendiado, intentaba pasar por
humilde el despótico, distante. El guapo era odiado de pura envidia.
Resulta imposible referirse a Sánchez prescindiendo de sus pulsiones,
determinaciones y medios para alcanzarlos. La anteposición incondicional de su interés particular, a nadie antes se le enmarcaba con un
constructo y diagnosis psíquica: narcisista, psicópata, egocéntrico para el que
el otro es algo que carece de sustantividad
y elaboraciones propias.
Su falta absoluta de empatía, y la negación de sus propios
actos y declaraciones, forman parte de ese jardín interior calcinado,
vacío de la presencia del otro
cualquiera, inexistente por sí mismo, que incluso cuidado y congruencia de su propia
imagen/dignidad resultan innecesario.
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