Este libro es una fiesta del lenguaje y de la evocación, con el revestimiento de un poder de fascinar que es poco común en las obras que hoy se presentan en el género del ensayo, que muchas veces son, en realidad, creaciones eruditas. El texto de este escrito de Lizundia no es una acumulación inerte de datos amparada en una batería inasimilable de citas a pie de página, sino pensamiento, envuelto en un lirismo discreto, pero sabio, que acerca al lector a una dimensión de Tánger a la que, literalmente, se rescata del misterio y se la hace revivir.
Leyendo esta obra tengo, además, la evidencia de un manejo de los recursos lingüísticos que conduce a lo que Bergson había llamado “intuición”: aquella especie de simpatía intelectual por la cual nos transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único e irreductible.
Víctor Hernández Roncero
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