Pedro Sánchez, el Golem de Meyrink
JOSÉ MARÍA LIZUNDIA
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Pedro Sánchez, el Golem de Meyrink
Cuando hemos visto derrumbarse aspectos de nuestro modo de
vida tradicional como de lo sistémico (Administración pública/economía) hasta
límites impensables, determinados gestos que logran zafarse a esa realidad general,
resultan más llamativos. Con otra circunstancia, que los efectos no se han dado
de una vez por todas, ya que esperamos el gran desplome económico y social. Entre tanto el país sigue pugnando por ser nuevamente
pódium de las estadísticas más letales o negativas y lo vuelve a conseguir, no
por la inevitabilidad de la biología (“a todos les pasa igual”, “no se sabía”)
sino por respuestas más humanas, incluso de gobierno. Pero el Presidente sin
embargo decidió ausentarse: prueba de que su presencia en la eclosión de
contagios, ya marca europea, no era de su competencia. A la vez se apelaba a la responsabilidad
individual de la ciudadanía, y machaconamente todo el aparato gubernamental
público y privado se ponía a ello, perorando de responsabilidad social. El
gobierno utiliza dos medios para sacudirse la responsabilidad apremiante,
inabdicable, gubernamental: trasladando
su responsabilidad a “científicos y técnicos”, como ese portavoz político militante,
Fernando Simón, que no existen, y mienten
y mienten y siguen mintiendo como con el falso comité de expertos, y a la
población irresponsable. Pero el máximo responsable, el presidente del gobierno, se va de
vacaciones de lujo, del tiempo de vieja normalidad. El fiable doctor Sánchez no
está para ruidos y sí para aprovechar como okupa, ventajista, arribista, nuevo
rico, hortera, el lujo del patrimonio nacional, las casas para reyes y altos
mandatarios extranjeros. El mismo, un extranjero para todos los españoles o que
no van de vacaciones, o las restringen al máximo. Resulta imposible no evocar
al presidente de Nicaragua Tachito Somoza que cuando el terremoto de Managua
(1972) se desentendió en una burbuja de lujo de la desolación circundante. Cómo
no evocar también, como presto, los fines de semana, dictaba homilías de Aló
Venezuela, en los telediarios, gracias a una psique delirante: Un golem que se
fantasea carismático y caudillo, diseño de un publicista no cabalista. Nuestro
presidente pasará a la historia por su verdadera relevancia, que solo gravita en el mapa de sus síntomas psíquicos,
necesariamente entreverados en todas sus actuaciones políticas y públicas. Nadie
se refiere a impulsos ideológicos o políticos sino a narcisismo, megalomanía,
egotismo, afectación, vanidad, compulsiones de grandeza, auto referencia a “mi persona” como funambulista bipolar o el
Zelig alleniano que hace de doble del rey en protocolos. Un Golem de arcilla,
hueco, ortopédico, mecánico que vuelto autónomo sigue sus íntimas inclinaciones
y fabulaciones, despreciando lo que aconseje la prudencia, dignidad,
responsabilidad, ejemplo. ¡Decencia!
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