viernes, marzo 15, 2024

Oteiza frente a Nietzsche, de mi úlitmo libro vasco en curso: "De Bilbao y aranista..."


Oteiza frente a Nietzsche, sin fondo dionisíaco pero con una metafísica estética
La desnudez de la individualidad de uno mismo  con su fragilidad  ya se dio, muy paulatinamente, sin prisas. Uno fue abjurando de los  credos que le acompañaban, de un encofrado mucho más sentimental que racional. Y ahí viene a estar  todo lo esencial. El principio individuationis señalaba Nietzsche era promovido por el fondo dionisiaco que como fuerza, ímpetu, arrebato se imponía al elemento apolíneo creador de la apariencia, la bella forma,  en el uno primordial.  Lo que uno de joven intentaba, sin lograrlo, era  el triunfo de las pulsiones dionisíacas que pretenden la disolución del individuo en la fiesta (y en la vida), armando bulla con  otra cohorte dionisíaca, festiva y entregada al paroxismo de los placeres, centrados básicamente  a beber nosotros entonces a veces sin límite, a la inmersión en la vida instintiva dominando la música y la danza. Las fiestas de los pueblos en verano con sus bailes y orquestas eran los raptos griegos euskalherriacos. Pero ahí estaba  Oteiza para revocar a Nietzsche  de plano, aunque de alguna forma siguiéndolo, ya que el arte es concebido como un suplemento metafísico. El escultor no era una figura dionisíaca en absoluto, pero sí seguidor de su metafísica estética,  en todo caso trágica por apolínea, poco patética y jamás prosaica, sin embargo casi sin épica, lo que sí tenían sus seguidores, hijos de dios, todos prometeicos y Oteiza su profeta. También Oteiza como el nihilismo nietzcheano  da por  superada la metafísica por su propia consunción. Mucho después, hasta sus epígonos renunciaron a su legado y se adentraron en lenguajes y poéticas que claramente lo revocaban, es como registra la evolución de Txomin Badiola, Pello Irazu y todos aquellos que se acogieron  a  la gran carpa del arte vasco, lo subvirtieron  de raíz, lo dinamitaron.

Pasar de Oteiza a Marijaia

Oteiza es anti dionisiaco, nunca se disolvería en el uno primordial ni en un régimen instintivo, y jamás se sumaría al cortejo dionisiaco. Leo en el suplemento cultural  La Lectura algo de un libro de Hugo Ball, uno de los fundadores del surrealismo, que me lleva a Nietzsche en Basilea, cuando aún cortejaba a Wagner.

Lo verdaderamente germinal en la cultura y en la tragedia griega, era el elemento dionisiaco,  no se podía desatender la realidad metafísica de los misterios en los que el griego encontraba su más inquebrantable seguridad de fondo (escatológica, transmigración de las almas, purificación y redención) que se buscaban alcanzar por medio de  los Misterios Eleusinos, los órficos o pitagóricos, por sumarlos todos. Nietzsche, en cierta sintonía, se basaba  en los cultos de la naturaleza, la natura naturans,  sexualidad, embriaguez, el delirio y la excepcionalidad del momento En lugar de la moral, la nueva religión oteizana despertó una obra filosófica centrada en los valores estéticos. Por este sendero podemos seguir al Oteiza, vasco como Velázquez. Porque  lo decisivo es el espacio, vacío: huts.

En realidad Oteiza era un religioso austero, enemigo de la carne y la hedoné, y partidario del rigor del espíritu cultivado en su ámbito más puro, el convento o la basílica de Aránzazu, el ascetismo, la contemplación y el pensamiento para poder rumiarla, por eso era un buen poeta; la filosofía y la poesía van unidos, ya que permiten que sean las palabras las que tengan absoluta primacía, como señaló Heidegger, anteponiendo la poesía en esa función a la propia filosofía. Oteiza fue un vasco sin cuadrilla, que cambió Velázquez y su luz, que se proyecta en un frontón vacío, representativa del alma vasca, por el euskera. Una verdadera herejía.

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