También de pacto de sumisión a una (otra) totalidad cerrada e incondicional en camaradería, hermanos, fratellis tutti. Al menos se sorteaban las inclemencias exteriores, la vida individual como estado de orfandad y desamparo, sin fines ni destino marcado, con todas sus contingencias abiertas, y sin sentido. El abismo del horror vacui. Ni siquiera un corcho que no se hundiría. Mientras aquel grupo de la película tenía fines, vínculos y pertenencias que les superaban y sustraían en cada uno a las derivas contingentes de la vida, completamente privada de la calidez, fuego de la pertenencia y fe compartida. En el fondo era la voluntad y deseo de ser pertenecido por fuerzas colectivas impersonales que trascendían al mismo hombre y les arrastraría como un tronco por los saltos y remolinos de un río, la vida. La individualidad irrestricta era soledad, falta de lugar, congoja, angustia. Que es lo que sentí ante la sola posibilidad, de forma muy breve pero intuida cortante como una cuchilla.
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