Ayer en la mesa de al lado había 3 individuos, la camarera Monique que sabe que soy vasco -llevo muchas décadas diciendo siempre que soy de Bilbao, incluso sin que me lo pregunten, y nunca vasco, justo lo contrario a las décadas anteriores a esas, que lo priorizaba-, me señala a uno y me dice que es vasco, nos sonreímos con fraternidad y manos oscilantes, bamboleantes como los barcos- Y nos damos a la confraternización, el vasco es del Goiherri, pues yo de Bilbao, un gallego y un argentino de Buenos Aires, tripulantes de este barco del Oceanográfico de Canarias, su director es Pedro, pues tenía que estar aquí su mujer, les decimos. Obviamente hablan bien de Pedro.
Los vascos siguen siendo idénticos a sí mismos (el UNO, la verdadera identidad vasca), es el jefe de máquinas. Lo que dice el vasco me interesa, le interrogo, mientras voy soltando mi repertorio de absurdeces -me pongo muy vasco, la verdad- con tal de hacer reír.
Las institución de la cuadrilla vasca es un dato de antropología social y cultural aplastante, si rompieras con tu novia la cuadrilla te recogería como hace siempre, dixit, siguen teniendo importancia los apellidos vascos y el origen de los padres. Mucho. Está difícil desentrañar el País Vasco actual. Iba bien, a ver ahora centrado en ello.
Estoy en mis últimas correcciones de mi nuevo libro sobre el Sáhara, lo creía concluso hace años, pues no.
Es pues momento de dedicarme solo al de tema vasco, en la línea de De Bilbao a Bilbao, 40 años después. Lo que llevo escrito me gusta pero no le pillo el ángulo, el vértice, el triángulo escalero que me ayude a subir.
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