jueves, mayo 26, 2022

Literatura marroquí de expresión española: Sergio Barce


 Sabía de Sergio Barce, había leído El nadador, un relato que me hizo columbrar la inapelable calidad del autor, pero ahora he descubierto al escritor en Una puerta pintada de azul. Antes, pensaba que estaría compartiendo en alguna medida, aunque de Larrache, estímulos del grupo de españoles de Tánger que hacen una literatura de ensalzamiento de la ciudad, una literatura al servicio de Tánger, militarizada. Barce nos libera de todo mensaje restitutivo del colonialismo internacional de Tánger, colonialismo a fin de cuentas también, no hay ninguna reparación que hacer, al menos literariamente, porque la socavaría, tan evidente  como que no hay ningún apetito redentor, ni ideologización que valga, él está por la literatura, un fin en sí mismo. Entre otras cosas porque puede hacerlo, sabe cómo, su impulso y necesidad provienen de la literatura, están en el texto y habitan en la narración, no te saca de aquél con referencias históricas, ideológicas, entusiasmos personales o grupales. Él vive en la literatura dentro, en esencia, ni es accidente ni medio, sino fin. Que es cuando la literatura no nos asoma a nada sino que nos invade y posee, nos ha metido dentro y solo asistimos a ella como únicos y afortunados espectadores de primera fila.
¿Y en qué lo vemos? En que nos pone a transpirar estados de ánimo, aguzar la sensibilidad, y es así, como captamos la ternura y la inocencia, la indulgencia y la comprensión, los musulmanes también beben sin construcciones de malditismo, la naturalidad de la insuficiencia de piedad religiosa en todos y  el relajamiento moral en cuanto a exigencias, las solidaridades básicas sin carcasas ideológicas, los vínculos de vecindad sin constituir modelo para la exportación, sino simplemente ínsitos en vidas pequeñas y ordinarias, pero reales de vecindad. Vida misma en puridad, de la que se supone nos debe hablar la gran literatura. Y aquí lo logra.

Desde el punto de vista cultural y literario, que no de nacionalidad. Sergio Barce debe incluirse, y es inexcusable, en la literatura marroquí de expresión española, él nació y vivió marroquí, en versión multicultural, imbricada, encabalgada, unísona aunque híbrida, por eso escribe como marroquí y no hace falta ser representativo de nada ni nadie para poder serlo, y de paso abanderar su carácter mestizo y convergente con aquella literatura. No parece que haya ningún riesgo para que otros se puedan incorporar, si es que ocurre, que no parece vaya a ser posible. Él predica con el ejemplo, su mundo no puede ser más intercultural, no formula horribles mensajes con torsiones casi circenses de aproximación al mundo marroquí, sino que emana de su vida primera, su mundo inmediato de niño, su locus pegado al Lucus.

Sus años de formación fueron en Marruecos, años de formación y después de alguna forma de bildungsroman que deviene por ser aquellos, fuente y río de extracción literaria, que talló su sensibilidad y de la que surgen esas estampas marroquíes henchidas de vida propia, que no precisan en absoluto de pasaporte.

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