El anterior decano tras invitarme a cenar 2 ó 3 veces, me
nombró director de la revista de la
corporación. Se empezó a publicar una
sección de puya y alabanza. Las puyas iban siempre contra el mismo. Evidentemente
ya habían comprobado que de mí no cabía esperar absolutamente nada, salvo
algunas piezas culturales. Ya había sido director de la revista, que ahí
quedaba, y publicado alguna cosa,
por lo que no había más que rascar. Como me molestaba las puyas contra el juez,
y yo figuraba como director, justificarme
con que yo no lo escribía, no me parecía muy digno. Tampoco estaba dispuesto a seguir.Por lo que
le llamé al Decano, no quiero seguir en
la revista y estoy en total desacuerdo con las puyas-
-
Ah, claro, él es de lo Social y las sentencias….- me dijo
-
No es por eso, es que todos los viernes –entonces- tomamos cervezas juntos, como comprenderás no
es compatible- por lo menos no lo era para mí.
Casualmente fue exactamente así. El gran protagonista de
esta historia hasta constituyó una comunidad de secretitos y silencios, conjuras
y disimulos, tipo de fastos únicos
(fantásticos) y escenarios predilectos (de etiqueta), esquinazos y
exclusiones, con visitas
familiares preparatorias, descubiertas solo hace días de casualidad. Eso son
conjuras verdaderas, fiables. Todo radicalmente sublime, ni siniestro, ni bello
(Eugenio Trías)
El caso de LGC tiene mucho
interés por lo que tiene de elaboración y cálculo. Hacer amigos le cuesta no sé
si más, mucho o todo, pero es muy bueno acercándose, en labores de
aproximación. Es como esos portacontenederos de cuatro hélices que atracan a los
muelles besándolos. Siempre es con gente
notable, influyente, buenas posiciones, pódium con aura, primera mesa.
No conocemos a ningún aproximado –porque amigos, amigos…- que no esté
bien colocado, con proyección, ascendencia, relaciones... En relación
con el grupúsculo empezó conmigo, porque entonces tenía muy buena posición (relaciones y actividades),
era muy asequible al trato y había una proximidad de partida, un primer peldaño,
que por supuesto detectó (y así la puerta).
“¿No es curioso que no suela ir a ninguna de
tus presentaciones?”, me han dicho varias veces. Alguna ha elegido, siempre por
circunstancias concretas. Una vez en la corporación le tuve que dar un papel
(presentador de presentadores) para que viniera, para evitarle hacer demasiado evidente su fastidio y boicot.
Ahora estoy totalmente fuera de
su mundo, demasiado indolente, pero en una fase realmente sorprendente por óptima de mi vida. Carezco de todo valor bursátil. Es buen momento para él.
Cuando no ha habido un acto
concreto: grave desencuentro, traición, indignidad, decepción profunda, es
decir algún hecho de relevancia cierta para la exclusión, no se nos olvide
doble (mi querido hermano es el segundo),
algo muy profundo ha tenido que pasar. Cuando uno tiene que tratar de construir
una versión o argumento de lo que ha podido pasar, es que se trata de algo de
mucha hondura, algo que se venía
incubando, desarrollando en las simas personales y que manifiesta un conflicto
profundo. No hay actos, hechos, sino procesos profundos que van progresando.
Dada su personalidad hay mucho cálculo, aprovechamiento de momentos y circunstancias.
Hay elementos sueltos que me han
sido suministrados no de manera cronológica, y
que muestra la falacia del ocultamiento de los verdaderos motivos: esos
tan humanos, como no muy confesables, de la psique. De lo último en enterarme
fue de lo primero aparentemente. Que en una inauguración de despacho yo me
comporte inadecuadamente (encima que voy, como para someterme a su tono); siempre
será mucho menor que lo que merece gente infinitamente aburrida, pacata, sin
gracia ni temática. Ante este tipo de ambientes incluso con personas sin esos
rasgos tan pobres nunca he tenido conciencia de que me haya pasado, sino de que
me he haya quedado corto en todo caso. Lo siento, me he movido por muchos
ambientes.
Cuando por fin se decidió a
devolverme una documentación familiar que
a mí me la estaban pidiendo, y le ofrecí
la oportunidad de dejarla en Los Reunidos, que le pilla de camino, apareció pero
se sentó en otra terraza contigua. No había llegado yo. Tuvo que ir XY a decirle que por qué no se
sentaba con ellos -lo había hecho alguna vez-, como no quiso, XY se sentó con él. Quería darle
a ella la documentación, pero le pidió
que esperaba un poco, que estaba a punto
de llegar, mira por dónde ¡que casualidades! con mi hermano. “Estaba rarísimo y
sin hablar nada, le tuve que empezar a contar cosas”. Se quejó del blog, debió
ser porque le llamé ladrón de documentos. Como jurisperito siempre bien relacionado de comidas tácticas
-lo que tiene de buen tactista lo tiene de pésimo estratega- debería saber que no podía se ladrón porque
yo le entregué los documentos voluntariamente. Por las veces que ha contado XY
aquella situación tan anómala, nunca la entendió por extraña. Debía estar en
plena incubación del proceso.
Después me referí en el blog
como el “hombre sin conversación”, sobre aquel dato empírico inmediato, lo que
anotó en agravios. Partiendo de que fuera alguien literaturizable como el “hombre sin conversación”.
El tercero o cuarto acto se
produce en guasap. Algo debí decir yo, supongo que indicativo de poco agradecimiento
al mundo o a sus colegas, que por primera vez en la vida se revolvió agriamente
contra mí, poniéndose medallas (hay que ser patoso) de haber acudido de testigo
al juicio que yo ni fui. Le contesté que debía a gente, aunque poca, y no a los
que van de grandes coleguis y corporativistas y dispuestos a exculpar a gentuza
testigas abogadas que hacen indigna la
profesión de ellos, le dije que para él los favores, la amistad también es materia transaccionable,
que lo es.
La dramatización victimista
Los siguientes actos son ya
huidizos, se oculta, se ausenta de guasap para llamar la atención, al punto que
tanto Rosana y yo nos preocupamos por él, por si estuviera pasando por algún mal trance.
Reconozco que es una potencia escenográfica, sería la descripción primordial de
él. Decido llamarle y me responde con una
sequedad cortante que jamás había pasado,
que reconoce a Rosana haberse producir de esa manera. Durante meses de pre sentencia
me llamaba los viernes y me decía ¿cómo estás Lucian? Ante cada llamada ya
pensaba que le debía contestar que “hoy
bien: no tengo fiebre”, otro día “pues he pasado muy mala noche”. Eran
preguntas muy torpes. De esos amigos ¡que no he tenido!, que oficializan la
amistad conforme a ¡protocolos asistenciales sanitarios! Si al menos me mandara
bombones, flores… Recordé cuando, a partir de un momento, iba a ver a Agustín.
De hecho se habían llegado a conocer, y muy probablemente alguna vez
conversaron. Nuestro amigo es muy autorregulativo como diría el catedrático de “ácaros”:
“já-já-já: nos ha hecho mucha gracia” que decíamos, repetido, en el cole,
en sus aproximaciones siempre se ha valido de invitar, mostrarse cercano
y presto a hace favores que confiesa se devuelvan, es decir bursatilizables en
el mercado.
Buscaba a Rosana (es un gran
destructor, más que portacontenedores de cuatro hélices para atraques besados)
calculando que era quien también podía entrar en el mismo interés mío por él, que lo tenía. Ella no puede controlar la
función transmisora/ dos orillas y le llama, al que había construido la táctica
precisa para que se interesaran por él, que es justamente lo que nos pasó. Rosana le cuenta lo de mi llamada, que no
debió, él se la confirma y que estaba tan herido el pobre que ya apenas acudía a la inminente comunidad de esquinazos y
secretitos, por el dolor que le infligía, que le llamaba el hombre sin
conversación y que en el Tenis le había llamado cobarde. Que yo ni recordaba,
tal debió ser el contexto, “pues si le
dije eso igual también pelota, trepa” (como le llamó uno cuando le hablé
de su montaje) o un magnifico urdidor logístico.
El otro medio del victimismo: la
grosera falsedad e inversión de la realidad
Luego
con el cinismo que le caracteriza rebajado con risotadas, se hace también el mártir
a cuenta de mi hermano, que le miraba por encima del hombro y le hacía de
menos. Que todo el mundo sabía o debía saber que era totalmente falso. Ser algo
soberbio intelectualmente en algún momento como puede resultar mi hermano,
incluso con motivos, no es en absoluto eso, que jamás ha podido ser con él por no poder haber posibilidad
siquiera de confrontación intelectual.
Supongo ahora que ya estaba/n (porque al
parecer hubo visitas familiares a la tasca
de la comunidad de discriminación para organizarla) preparando los carnavales high society del
casino. Me mal despido de Rosana, muy cabreado. El inadecuado cuando deja de
ser autorregulativo e inversor, especulador y finalista,
y le sale su hondura sicológica, empieza a crear problemas, a la primera a Rosana.
Al de una rato comienzo a reconcomerme con lo que ha dicho de mi hermano, y casi no me
puedo contener, la ira y la indignación me abrasan, me tengo que poner a escribir un wikileaks, hasta que me digo aquí lo que hay que hacer es cortar por lo sano y
para siempre. Hachazo. Algo al alcance
de mis facultades. Me acuerdo de sus risotadas tontas, las burlas a mi hermano,
el desprecio, la licitud de la humillación, la superioridad del torpe que se ríe de los que cree débiles
y fracasados –la materia prima de racistas y fascistas y la infamia de la
discriminación-, sin darse cuenta del respeto y la consideración de las élites profesionales,
culturales, intelectuales, de gente valiosa y de que él sí tiene amigos. No plataformas sociales y
profesionales. Sin darse cuenta que solo llega, a base de muchas comidas de
medio trabajo, al grupo A de cortesanos. Mi hermano es un Groucho Marx un Woody
Allen, en relación de alguien al que se
le ocurre ácaros y cilicio y se autodivierte por sus parajes yermos. Es
desatinado hasta en sus apuestas, no hay manera. Cómo he madurado yo, jamás
tuve relación con gente tan falta de ingenio y gracia. Me acaba de llamar Carlos
Gaviño y nos hemos partido de risa primero XY y después yo, con la
absoluta genialidad de Carlos,
que vamos a quedar, por supuesto con mi hermano, ambos se aprecian y valoran
mucho. Me imagino a Carlos oyendo ácaros y cilicio, encima repetido porque le
divierte su poquedad, y tantas otras.
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