Para una comida que organizo en toda mi vida, he recibido comunicados de
algunas personas declinando asistir. Lo que suele traumatizar a mucha gente,
que les hace sentirse sin entorno, pertenencia, aceptación y desairados a mí no
me ha ocurrido. Lejos de sucumbir al desánimo del fracaso,
rápidamente he reaccionado y ya hay confirmación de invitados. No creo que me
ría más en la sobremesa del viernes que lo que he hecho hace un buen rato. Aunque seguro
que sí. La inspiración muchas veces es
muy contagiosa, y natural. Tampoco es tan desastroso.
La verdad es que
había fomentado un poco la deserción, como yo siempre la he practicado mucho,
estimular a otros a hacerlo también, yo lo consideraría impagable, pero no
parece el caso.
Las despedidas del ámbito que sean, suelen ser casi
tumultuarias y siempre gozosas y celebrativas, lo mismo las biológicas como de
giro vital, que no viene a ser ni
parecido en nuestra vicisitud-¡fuera! Ni siquiera era despedida en mi caso
porque ya lo estaba, era una oficialización
lo más, y la inauguración de la de mi hermano, éramos dos celebrantes animosos,
inmunes (tratando de) a las conductas de
la gente, y yo enemigo de debates.
No me gustan los debates, me parece que solo son posibles en
determinadas comunidades de hablantes en las que existe un consenso previo. Si
eso no se da, no hay nada de qué hablar. Hay otra cosa además de los debates, que son las posiciones. Hablo en general, del mundo, que es de mayor interés. Hay gente que puede vivir
toda la vida sin tomar una posición que suponga anteponer determinadas ideas o, mejor, emociones o sentimientos personales frente o contra los demás. Se puede vivir la
vida entera evitando o no sintiendo esa incomodidad segura. La mayoría es
convencional, con las pautas ya definidas y enemiga de disensiones embarazosas
o inconvenientes. No es casualidad que se aplique el término de los peces de zonas de
confort a los humanos porque realmente se usa. Uno se respalda en la licitud
o libertad de la conducta más segura y provechosa. Qué me lo impide, o por qué
no. Y es verdad, a mi juicio pobre e insuficiente, pero no se puede negar.
Quizá esa comprensión fácil con uno mismo suponga una injusticia o una humillación para otro. Sí, podría ser,
pero ese no es mi problema. En la vida en el convencionalismo no hay elección
posible entre el desaire y el mínimo provecho, y la empatía, hablando de
proximidades emocionales, no de chinos.
Y si el otro, que es muy próximo, se siente humillado, si se
le inflige una discriminación, un desprecio que son ciertos.
Todo argumento es: a mí me han invitado ¿o no tenía que ir? Yo no sé lo que
había que hacer, ni lo que hubiera hecho yo (en este caso solo por estética, sí),
yo solo sé que yo no estaba. No puedo hablar de empatía, porque ocupaba su
misma posición de excluido (que tiene su punto, informo), pero sí puedo decir e
insistir que yo no estaba, y de lo que no
tengo duda es de que me hubiera sentido
ante una tesitura o hubiera
experimentado algún sentimiento. No parece mucho.
La empatía es un don escaso, me he dado cuenta leyendo el
libro que me regaló mi hija del negro de Baltimore que reseñé.
Con la amistad pasa lo mismo: hay posiciones y convenciones.
Incluso pueden surgir, a título de mera posibilidad y sin necesidad de
tragedias ni nada aproximado: tesituras, dilemas, exigencias, sentimientos,
empatía, unos mínimos ante situaciones que a alguien puedan comprometer ¿Actos
libres? ¿Qué es eso?
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