el odio para los crímenes de la persecución política ha de justificarse con fuerza
Hacía muchos días que no hablaba con EE.UU., desde antes del
viaje. E salía hoy para Colombia, regresa dentro de 5 días a Washington y al
poco (3 días) ha de volar a México. En Bogotá va a cenar con uno de sus jefes del
organismo internacional al que han
destinado allí. Es bilbaíno y veraneaba en el mismo pueblo de la costa vasca
(donde me saludaron unas 8 personas, pese a mis disimulos) que E., aunque sin conocerse. Idoia en el hotel de Bilbao al decirle donde trabaja me cuenta que
también lo hace otro amigo de ella, paisa nuestro, y que se lo va a decir. E. lo busca en el directorio interno
del organismo, y que cree que sabe quién es. Pero no terminan aquí los bilbaínos.
Me cuenta E. que esta semana uno de los jefes visitó su departamento, al presentarle a E le
preguntó de dónde era. De Tenerife, pero
con familia de Bilbao. Ese jefe es de
Portugalete y hablan de las conexiones.
no es libro con el que iniciarse en Habermas, pero es el que ha tocado
Ese Bilbao tan “americano” siempre ha existido, minoritario,
desplazado, cosmopolita. El fin del terrorismo ha supuesto para mí un cambio de
actitud y sentimiento hacia el país. Lo pensé las últimas veces que he ido a Bilbao y además de hotel. Cuando más motivos
tenía para la distancia interior y simbólica, más próximo me sentía.
Me sorprendí vinculando el sentirme estar en casa
(casualmente de hotel y sin hablar con nadie) al final del terrorismo. Esta vez
en casa literal y con amigos ha sido mucho más rotundo. A raíz de esta percepción que se repite las últimas veces,
como mera conexión, he de concluir que el terrorismo abría brechas mucho
mayores de las que había sospechado.
No imaginaba que el solo final de la violencia tendría
repercusión en mí si no iba acompañada de arrepentimiento y severa autocrítica
de la sociedad, que evidentemente sabía
no se iba a producir nunca. No había reflexionado sobre la violencia.
Pues a cuenta de esto he descubierto que soy incapaz de reflexionar sobre
conceptos, para mí es como si no existieran. Nunca he pensado sobre Dios ni el
más allá ni en cuestión alguna trascendente. He descubierto que jamás había meditado sobre categorías o ideas generales. No soy
capaz de pensar a partir de conceptos, solo de sentimientos, es decir por involucración, atinencia, afectación,
odio, pathos, vida… Propendo a enfermar
cuando se saca (mero enunciado) un tema o concepto y todo el mundo tiene algo
que decir.
Los conceptos para mí
solo tienen valor instrumental
para la articulación de los discursos. No hay concepto sin discurso. Según siento el concepto carece de
sustantividad autónoma y abstracta
con derivaciones propias, no es
desplegable, no engendra ni encadena nada sólido, solo esquemas y reiteración. Violencia, terrorismo… quien sea capaz de
hablar a partir de su sola expresión es
banal, dogmático o político y yo no puedo escucharle. Ahora bien cuando en los discursos se emplean
conceptos, que son inevitables por
necesarios, estos han de estar tallados
en bronce, pura orfebrería. Al parecer he
necesitado una vida para esta
conclusión, con todo lo que me gusta la filosofía…
Algo que encandilará a Kamenev
Cuando en 1953 Heidegger volvió a publicar sus Lecciones
sobre metafísica, sin realizar ninguna corrección de la versión de 1935,
aunque sí le dio retoques sobre el papel
de la tecnología, Habermas que reconoce vivía instalado en la filosofía
heideggariana no lo resistió y rompió con él para siempre: por su nazismo y
falta de explicaciones.
Habermas al ser el formulador del “patriotismo
constitucional” que tanto utilizó el PP vasco, es pura evidencia de que se trata de un autor del PP y por tanto facha. Nunca se lo discutiremos al
progresismo hispano. Amén de eso, es el
gran investigador social de la socialdemocracia alemana, decisivo teórico del
constitucionalismo y miembro de la
célebre Escuela de Frankfurt (la Teoría Crítica) de Adorno y Horkheimer.
Su teoría de la acción comunicativa es la gran obra. Y dejo dos ideas: Legalidad y legitimidad se
fundamentan mutuamente, no hay legitimidad anterior a la legalidad, la
deliberación intersubjetiva es la fuente de ella (la autorregulación
democrática y dialógica), y que la única coacción tolerable es la del mejor
argumento. Que me parece grandioso desde que lo leí, por el poder atribuido a la razón.
Una experiencia con vascos muy antiguos
En noviembre de 2000, a cuenta de mi libro Vasca
cultura me invitaron en Bilbao a un programa de televisión de casi una hora en un estudio en semioscuridad
susurrante. Antes el periodista me indagó por teléfono. Comprobé que citar e Fernando
Savater no era de su agrado. Le dije la
frase de Habermas, y percibí que se quedó con ella. Inferí que ignoraba que Habermas era un españolista del
PP. Ya en la televisión antes de mí
había una mesa redonda en la que participaba
una concejala de IU de Bilbao, al que el periodista le preguntó que le parecía
la frase (¡usurpada!), de que la única
coacción tolerable es la del mejor argumento.
La progresista casi lo asimiló a
un atentado de la disidencia cubana, y como si hubiera mamado en todas las
ubres de la loba de Rómulo y Remo de la corrección política más nutriente, empezó
a decir que todas las coacciones eran intolerables… erga
omnes. Entonces apoyaban a muerte literal a Herri Batasuna y se abstenían de afear las coacciones y desenlaces letales de la persecución política. Era una
izquierda para la que la razón ya no significaba absolutamente nada.
Luego entré yo y el periodista me hablaba de “nosotros los vascos ya desde
el neolítico teníamos una mentalidad estética…” (algo había leído del libro al menos) entre peces colgantes y todo
a media luz y rumoroso. Yo pensaba qué bestia: habla de vivencias del neolítico y se incluye
aunque sea en plural.
Años más tarde gracias a un periodista vasco exiliado temporalmente en Tenerife por aparecer en listas de comandos de ETA (por
mucho menos algunos antifranquistas se exiliaban a
París), portavoz de uno de los grupos
de resistentes vascos, persecución que IU nunca reprochó ni jamás se solidarizó, me
entero de que el periodista vasco del neolítico
era abulense, o sea natural de Ávila, de
familia abulense y por tanto… vasca y
neolítica.
Otra de las cosas que me hacen amar a España cada mañana que me levantó es que la mayoría de los emigrantes en cualquier
comunidad son unos vendidos, gracias a unas ideítas de saldo de la Transición –aquella
contingencia histórica de fusión político-ideológica de nacionalistas e izquierda ibérica de bellota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario