Desde sus actos fundacionales, con su amalgama de sectores marginales, ya que ni siquiera era un movimiento estudiantil -no crearon un solo eslogan que los trascendiera-, vaticinaban su futuro sombrío, pero hubo muchos para los que el movimiento de los indignados representaba el embrión de algo que saneara para después brillar un nuevo orden político embebido de moral y justicia. Como un esbozo de los movimientos milenaristas, aunque ajustados al siglo XXI. Es tal la necesidad humana de redención con un nuevo tiempo definitivamente benéfico y puro, que buena parte de la sociedad española vio con simpatía aquellos campistas básicamente marginales: antiburgueses, anticonvenciones, antisistema. Los casos de corrupción ordinariamente son combatidos con medidas judiciales, legislativas o por alternancias políticas. Pero con los indignados se iba mucho más allá, porque se pretendía un cambio total del orden de las cosas en un tiempo nuevo a inaugurar. Lo más interesante de este fenómeno de marginales es como una parte no menor de la población sucumbió a ese suspiro milenarista, a lo que tenía de profecía más que de limitado y eventual cambio. Eran marginales disconformes con distintos ámbitos sociales: okupas con los desahucios, animalistas con la tauromaquia y un combinado de trotskistas, populistas de Laclau, anticapitalistas, anarquistas, democracia ya, antipsiquiatría Todos esos grupos de democracia directa que como, sin una sola excepción, ocurre siempre: unos pocos se erigieron en los representantes de todos en régimen de monopolio y exclusión como ha demostrado Podemos con furor.
A toda esa amalgama de descontentos, reacios a una vida convencional de intereses propios, ambiciones personales, sueños particulares se disolvían en el magma de asuntos colectivos estrictamente impersonales, por adhesión, pero hechos refugios, que no obstante se teorizaron como movimientos globales enjundiosos que anunciaban un futuro “alternativo”.
Cuando los campistas urbanos se transformaron en formación aparecieron sus lideres, una casta de lectores normativos como ultraortodoxos judíos, testigos de Jehová, imanes, de formación monotemática, unidimensionales, de textos sagrados, custodios de férreos dogmas, totalmente endogámicos, necesariamente sectarios. Desde el primer día se supo que no eran trigo limpio, Errejón cobraba ausente de la Universidad de Málaga, otro estaba procesado por agresión a la policía, Echenique no daba de alta a su asistente, alguno se beneficiaba de la tarjeta black de su padre. Monedero defraudaba a Hacienda ocultando ingresos bolivarianos y Maduro le recompensaba con dispendio por el estudio de una nueva moneda (más por Monedero que por economista).
A Pablo Iglesias le financiaba Maduro el partido e Irán su televisión. Respondían al mismo perfil: una hipocresía a prueba de bombas, se reían de sus triquiñuelas y cinismo, hasta que se toparon con su propio Me.Too.
José María Lizundia 04 MAR
No hay comentarios:
Publicar un comentario