Lo hacen sin gobernar, la dominación es el poder fáctico de influir, auspiciar o determinar la política, más poderoso que el gobierno, de suyo muy contingente. Dominaba el capitalismo, el imperialismo, la Iglesia, y llegado al absurdo, por vía del más vulgar de los chantajes, dominan 391.000 paisanos catalanes, transformados en 7 escaños, 7 votos de supremacía táctica sobre supremacía histórica y constitutiva. Voto dirimente, para sostener al perdedor de las elecciones. Un chantaje en el que al chantajeado no le importa serlo porque le interesan 391.000 votos y pico de 48 millones de españoles, de los cuales, unos 42 millones ni saben ni quien saber catalán, pero lo facilitan. Todos sujetos, sorprendentemente a la misma ley: la Constitución. Ángeles Escrivá, en un reportaje sobre Kepa Etxebarria el etarra menos odioso, comparado con el psicópata Sergio Polo (el otro de la película La Infiltrada), escribía que Etxebarria vivía hoy en un barrio a las afueras de San Sebastián, con una mutación muy notoria en calle y población. Tras 20 años en la cárcel, seguramente esperaba que el euskera fuera el de uso social preponderante, a punto de engullir el español. Dice la periodista que podía escuchar entre la gente del barrio una variedad extraordinaria de lenguas extranjeras. Y nada de euskera. Este es el verdadero drama de los nacionalismos etnicistas de todas las periferias, tanto territoriales, como simbólicas e imaginarias, de esa negación persistente y secular de la modernidad y la libertad individual y ciudadana. De ese carlismo de fe cuasi religiosa en lo más puro, autóctono y original compatible con las chimeneas, pero de difícil tragar con la emigración que exige. La emigración de finales del S XIX y comienzos del XX fue el fuego que prendió, no la pradera de Mao-Tse -Tung, sino el que lo hizo con el nacionalismo, provocando su llamarada, llamada, llanto. Uno que pasa breves estancias en Getxo/Bilbao puede de dar fe de ese verdadero drama. El nacionalismo étnico había construido un sólido discurso que se hizo absolutamente hegemónico en la Transición. Fue el momento en que el romanticismo alemán vivió su segunda encarnación: los pueblos tenían en su ser más profundo, una originalidad diamantina, como en su lengua que conformaba una psique genuina. Ni ese supuesto «ser» ni esa lengua consiguen con toda la coacción y represión del poder arbitrario y discriminatorio, materializar las viejas creencias románticas. Cuando mayor opresión de los hablantes del español, se asiste al punto de inflexión. Se conoce más el catalán, pero más se habla español (creciendo), empezando por los jóvenes. Según macroencuesta quinquenal sobre usos lingüísticos de la población catalana 2023. En Euskadi, aún más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario