Donald Trump cumplía fielmente todas las condiciones que a mí me suscitan más antipatía. Pero ocurrió que, en la corriente contraria a él, también había muchos que yo consideraba infumables. Durante su mandato, semana tras semana, me abstuve de citarlo una sola vez. Solo lo hice a finalizar el mandato. Familia y amigos norteamericanos de mi hijo estaban muy preocupados por su suerte tras la elección de Trump. Se encendieron las alarmas. Era evidente que las instituciones y sistema de contrapesos, la tradición democrática norteamericana, de tan extraordinaria fortaleza, hacía que uno de los pocos países en que un personaje como Trump, pudiera ser controlado, limitado, canalizado, era precisamente Estados Unidos. Casi el conjunto de la prensa más importante de Estados Unidos, las grandes cadenas y periódicos, eran absolutamente beligerantes contra Donald Trump y éste no hacía sino execrarlos. Un líder realmente (no aspirante amoral) populista, sabe que un segmento importante del pueblo (por eso él ¡sí ha ganado las elecciones! y es vitoreado en las calles) le apoya incondicionalmente pese toda la acción de erosión de su imagen que hacen los poderosos medios. A los que personalmente les devuelve acrecentada la hostilidad, se basta y se sobra, no deja de ser un verdadero líder político, y nada que ver con un profesional siempre aprovechado, sumiso y protegido por poderes del partido. Trump, a pesar de sus escándalos, fracasos, ruinas parece conocer de verdad eso que se llama resiliencia, a él no se lo han escrito como rótulo a exhibir, o como doctorado engañifa. Además, es graduado en Economía por la universidad de Pensilvania, la famosa Penn University, sin valerse de ayudas y chanchullos fraudulentos tramitados en los tentáculos del partido. Trump hace de las emociones y sentimientos el eje de su , tras la grandeza americana, proponiendo un futuro promisorio, aunque dentro de un esquema maniqueo, que no tiene como mal radical la propia historia nacional, de hace 80 años de moho, telarañas, roña y alcanfor, olvidados por todo; como la posverdad que no para de manejar. Sánchez, bulos y fangoEn sus lances contra el conjunto de medios de comunicación más seguidos, en ningún momento urdió inventar un problema inexistente para acciones desde el gobierno para controlar y cercenar los medios de comunicación críticos. Hasta Trump, con todos sus tics autoritarios, es capaz de sentarse en el banquillo, seguro, y no huidizo y lamentable. Trump dejó la democracia americana y sus instituciones como las encontró, por mucho asalto al Congreso posterior y amenazas que ocurrieran. Sánchez, además de seguir tratando, paso a paso, de acabar con el Estado de Derecho, lo dejará muy malherido.
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