Mientras Marruecos y su gobierno, el mundo árabe y musulmán sunní parecen empeñados en la moderación, el diálogo y la paz, la cooperación, convivencia e intercambios de todo tipo, en avanzar y progresar realmente; enfrente, un mundo clerical medieval, fanático religioso, borrachos de sangre y violaciones, ebrios de martirio, una sociedad adoctrinada y monjil, monolítica sin ningún resquicio para la libertad, basado en la regresión, represión, la vida mineral, la eterna fijeza del retorno. El lanzamiento desde las azoteas de Gaza de homosexuales y militantes de Fatah, mujeres veladas, niños con lavado de cerebro, papagayos semiarmados.
Una cultura diversa de tanta diversidad, la de la muerte sustantiva y finalista, sin contradicción ni mitigación.Y con ellos los fedayin de nueva planta, que se toman por críticos e intelectuales, meciéndose en sus zonas de confort, donde siempre eternos, con su mayoría generacional y social inmediata, y deseos de nuevos -más todavía- paraísos, que se quieren ser vistos solidarios, concienciados. Que quieren destacarse rebeldes y resistentes desde mucha lejanía y a salvo, inquietos, comprometidos, éticos, sublevados, que los propios les estimen y admiren. Siempre en el centro del mainstream que le afecta a uno, no el que sople en el valle del Ródano
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