- تصفح العربيةMustafa Akalay, su libro de Melilla: una invitación al debate Por José María Lizundia.
Con Mustafa Akalay Nasser tengo al menos dos puntos en común. Tánger y Melilla. Los dos hemos escrito sobre ambas ciudades, y hasta ahí, en principio llega esa concomitancia. Le descubrí escribiendo sobre Tánger: ‘Tánger Canalla’ que es un poco narcorelato tangerino (que faltaba) con denuncia casi periodística y crónica literaria de la que tampoco salen bien parados Bowles ni Rodrigo Rey Rosa. Al poco, gracias a Randa Jebrouni, recibo entre otros efectos virtuales un libro sobre Melilla, también suyo. Sabía de mi último libro sobre Tánger y Melilla. En ese libro, Melilla ocupa muy poco espacio, solo permanecí tres días, apenas hablé con nadie, y como perfecto forastero e intruso, junto a sensaciones recibidas, imaginé que sería lugar elegido del que escribir de Ernst Jünger y Peter Handke (olvidé que había visitado Ceuta, y ¡peor! lo tenía escrito), mucho antes que Tánger. Sí me pareció en Melilla que posiblemente la comunidad musulmana podía ser numéricamente superior a la cristiana. También conté a la vuelta, y con esto entro ya en el libro de Akalay, que la gente de apariencia cristiana no tenía miedo a los famosos menas. No se apartaban.
Akalay no solo me muestra todo lo que no vi, sino que, desde el ensayo, remueve y enlaza los conceptos de multiculturalismo, interculturalismo y cosmopolitismo, para dar cuenta de resultados alcanzados en Melilla y de su verificación empírica, por personalidades locales conocedoras de los procesos de convergencia sociopolítica en la ciudad.
No tenía ni idea de lo que había y estaba pasando en Melilla, que es algo tan importante como erigirse en campo empírico y laboratorio de la interculturalidad. Yo solo sabía del asimilacionismo francés, el multiculturalismo británico, el Gastarbeiter/invitado alemán y del comunitarismo norteamericano, y todo ello bastante superficialmente por lo demás. Sin saber absolutamente nada de cualquier diálogo interreligioso.
Akalay me descubre dos cosas, una, que la entrada en vigor de la ley de extranjería de 1985, si bien acaba con los tiempos dela tarjeta estadística que otorgaba la Delegación del Gobierno como documentación a los musulmanes melillenses, asimismo los relegaba a la condición de extranjeros en su propia tierra. Una serie de protestas y enfrentamientos permitieron rectificar la osada discriminación. Dicha ley de extranjería castigaba a los bereberes de Melilla, al punto que los podía expulsar.
Como dijo Hannah Arendt (ex-apátrida) el primer derecho es el derecho a tener derechos.
Otra, la situación de casi empate entre las dos primeras comunidades sirvió para comprender la necesidad inapelable de convivencia, que solo podría descansar en el respeto recíproco y la plenitud conjunta en el ejercicio de los derechos políticos. En ese afán se ha declarado fiesta local el día del sacrificio del cordero, y el Ramadán, de interés cultural. Ninguna de estas dos celebraciones -y esto es importante resaltar- implican sacar la religión al espacio público como tribuna de interferencia o autoridad pública, sino mostrarla como signo cultural y espiritual de pluralidad. La iglesia católica y el islam de la escuela malikí, no tardarán en saber que, en la pugna en el mundo por la defensa de la espiritualidad, estarán juntas.
Marroquíes por la ciudadanía y español que no la reconoce a los marroquíes
En poco más de un mes me encuentro a dos marroquíes como son Mustafa Akalay y Bachir Edkhil, los dos, desde el norte y el sur, son abanderados del concepto de ciudadanía, en el único sentido de titularidad de derechos y obligaciones en plena igualdad y libertad, que corresponde a los ciudadanos: a todos y cada uno de los ciudadanos individuales. Solo la ley democrática está por encima de ellos para garantizar todos sus derechos.
Corren tiempos muy venturosos en Marruecos, la ciudadanía en la sociedad plural es el gran concepto del nuevo actor democrático llamado a emerger (Melilla tiene ya uno de sus goznes con el Marruecos amazig, pero también en el Sáhara tenemos a Bachir Edkhil). En un programa de Frontera abierta, Bachir Edkhil reivindica el concepto de ciudadanía como antagónico al de nacionalidad (étnica), frente a un catedrático español, Bernabé López García, que, sin oponerse al concepto, evita hacer referencia de su factible o no conexión con el cuartel de Tinduf, para pasar directamente a tildar a los marroquíes de súbditos del monarca Mohamed VI. Muy focalizado rigorismo democrático, teniendo Tinduf tan deslumbrante y estrellada democracia, como le sugirió Jamal Mechbal. Sin prestar atención al concepto y realidad política de ciudadanía. Todo ello para evitar entrar en el etnicismo radical engastado en el totalitarismo político militar del Polisario, tan afectos como son tantos españoles a los movimientos que borran absolutamente todos los derechos individuales del ciudadano. Ojo, menos los suyos. Yo también pertenezco a esa generación y sin duda los dos marroquíes y yo hemos evolucionado en la misma dirección, algo claro con Bachir, pero que también nos reconocemos Akalay y yo en nuestra larga charla telefónica.
Más concomitancias si se habla de ciudadanía y nacionalismo, hemos de echar mano de la vasta literatura que sobre ello circula por el mundo. El tiempo de los movimientos de liberación nacional, de Lumumba, Fanon y el FLN argelino, aunque vemos que no para todos, fueron deglutidos por la historia en el mundo globalizado. Los problemas atañen a todos, aunque de diferentes maneras y distintos tiempos. Melilla -Akalay nos ha convencido de ello- lleva la delantera, prefigura el futuro y nos lo anuncia. Pero la reflexión, los análisis, las teorizaciones, las hacen autores que manejamos esa parte de mi generación.
En esas lecturas compartidas da gusto encontrar a Benedict Anderson, Eric Hobsbawm, Amin Maalouf, Zigmunt Bauman, o Tzvetan Todorov.
Podía plantearse un debate del modelo melillense en relación a España
Akalay sostiene que la identidad colectiva no será nacional o étnica sino ciudadana, y añade, ya que el concepto de ciudadanía es la identidad política fundamental de las sociedades democráticas y el mejor mecanismo de integración sociopolítico. Estando en lo esencial plenamente conforme hay una puntualización que creo merece hacerse, debatirlo diría. En lo referido a Melilla es muy correcto. De esa forma se quita de en medio dos conceptos incómodos, que pueden ser verdaderamente ásperos como son nación y estado, conceptos muy aptos para sembrar diferencias.
Pero ocurre que Melilla está incardinada institucionalmente en un estado, o si se quiere nación, que podemos –y debemos- usarlo sin darle un significado étnico ni culturalista; no en balde el constitucionalismo español, en buena parte surgido en el País Vasco (Fernando Savater) y Cataluña (Félix de Azúa, Francesc Carreras) por los opositores desafiantes al terrorismo y aliados, y al catalanismo excluyente, lo han anclado también en el concepto de ciudadanía, en el que se asienta la pertenencia a la comunidad cívico-política.
Nacionalismo étnico, frente a ciudanía o patriotismo constitucional
Tras la II Guerra Mundial Alemania tenía que borrar todos los conceptos etnicistas que el romanticismo e idealismo germanos, el mismo Heine (judío) o el clasicismo de Herder habían consagrado: Volkisch, Volkgeist, Kultur: la etnicidad del pueblo alemán con su extrema y elevada singularidad frente al cosmopolitismo abstracto francés. Así se contrapuso, pero hay algo más.
El eminente jurista alemán Carl Schmitt, tras una breve depuración por sus responsabilidades en la legitimación jurídica del nazismo, todavía ejercía notable influencia teórica y doctrinal sobre la magistratura alemana. Jürgen Habermas, continuador de la Escuela de Frankfurt, se esforzó para que el mítico y ancestral pueblo alemán se basara institucionalmente – ¡nunca más el nazismo! -en una idea ajena a la de nación o nacionalismo, teorizando para ello el ‘Patriotismo constitucional’, los alemanes estarán unidos no por la lengua, la raza (mitologías adheridas) ni la religión sino por una constitución que los iguala en derechos y libertades, y los obliga en deberes. Como dice Fernando Savater, “cuando veo la bandera española sé que ahí se defienden mis derechos de ciudadano”, algo que puede resultar literal en Euskadi Y Cataluña. De este cosmopolitismo, entendemos, nos habla Mustafa Akalay Nasser.
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